martes, diciembre 13, 2005

47-La Superagente 86



Ficticia y Sensibilidades
26 de Marzo de 2004

Los años pasan y Fernando comenzó el secundario. Industrial, para más datos. Con mi marido sostenemos que si un pibe de trece ocupa la sesera con los libros, las manos con las herramientas y los pies con la pelota puede que tarde un poco más en recorrer los caminos complicados que recorrerá de todos modos o, por lo menos, lo tomarán un poco más maduro. Porque…perdonen los muchachos de Ficticia, pero los varones, a los trece son… ¿cómo explicar sin ofenderlos?…no por nada las abuelas le llamaban a esta época “la edad del pavo” y no de la pavota.
Las mujeres, o muchas de ellas por lo menos, venimos desde la cunita con un cierto sentido común que nos evita algunos disgustos, si es que nos importa preservarnos.Por ejemplo, mi Mercedes, en seis años de escuela lejanísima, jamás se durmió en un colectivo. Fernando comenzó las clases hace apenas una semana y está feliz con el mundo nuevo que se abre ante sus ojos: compañeros, profesores, un sin fin de actividades diferentes…y cuarenta cuadras que por unas cuantas horas lo separan de su casa, esto último para mi zozobra continuada. Hace tres días tuve que ir a buscarlo a la terminal en Aldo Bonzi (el fin del mundo más o menos). Estimados amigos: ¿qué decirles? Vivo sobre ascuas. Sobre todo porque todo el día nos machacan en radio y en la tele sobre la inseguridad, que existe, no hay duda de eso y joroba demasiado, pero por más que lo intente, no lo veo a mi morocho argentino, que es un toro, metido en una cápsula como “El niño de la Burbuja”. Gracias a Dios le sobran salud y ganas de vivir la vida a su aire, siempre que pueda.
Pero claro, una no puede con su genio. Y para colmo me conseguí una socia.
Anteayer me llamó Betty, la mamá del único compañero de mi Fer que concurre con él al mismo colegio y me propuso: “decíme, Cati, ¿qué te parece si nos damos una vuelta para ver el recorrido que tienen que hacer los chicos cuando van a gimnasia? Estoy muy preocupada porque Francisco me dijo que el lugar está muy sucio, lleno de vagos, y que tienen que volver por la orilla del río. Me parece peligroso. ¿Vamos sin que sepan? De paso, observamos cómo se comportan a la salida”.
Imaginarán cuánto tardé en decir que sí. Sobre todo porque pensé que mi vástago, en caso de pescarme en tamaña indignidad, no se vería tan afectado porque no sería sólo su madre la perseguidora, sino que estaría acompañada por la madre de su amigo. Seríamos dos para el bochorno.
La mañana de ayer amaneció soleada y calurosa, pese a tratarse del otoño. Me vestí de oscuro para estar camuflada, pero mi amiga tapó sus redondeces con un vestido floreado en tonos de fucsia y amarillo que permitía divisarla en medio de cualquier manifestación de las que por estos días pueblan nuestras calles. Coronado el atuendo con tintura nueva: pelirroja. Desembarcamos en la Facultad de Ingeniería que es donde nuestros chicos iban a realizar la actividad física. Ahí comprendí de inmediato lo que los chiquilines decían: los estudiantes han tomado la facultad y ésta se encuentra sin limpieza, con carteles colgados por todas partes, en estado medio calamitoso, pero nada más. Alguien que estudió en Ciudad Universitaria no puede escandalizarse por un papelito más o menos. Los vagos venían a ser los estudiantes, que tirados en las escalinatas como lagartos al sol, realizaban la “ocupación”. Mi flamígera compañera metida a detective, que no suele salir de los límites barriales, no coincidía conmigo en que el panorama no era de temer y rezongaba, temerosa, mientras procuraba buscar dónde esconderse para que al salir de gimnasia los chicos no nos vieran.
Nos pusimos, émulas de Maxwell Smart (nos faltaba sólo el “zapatófono”), escondidas detrás de sendos autos.
Mi socia optó por recostar su cansada humanidad en un Falcon que estaba ubicado en una rampa. De repente, en simultánea con la salida de los pibes, que modosos, educados y correctísimos, emprendían en grupo, el regreso a la escuela, el auto que respaldaba a Betty perdió el freno y la humanidad de mi coequiper fue a dar de espaldas contra el pavimento, acompañada por mis “ayes”.
Les digo que Dios protege a las madres desveladas y papeloneras porque en ese momento pasaron los bomberos y taparon con su escándalo nuestro ridículo y oprobio.
Partimos del lugar como perros apaleados, no sin antes dar una vuelta por el “peligroso río”.Se trataba de Puerto Madero, una de las zonas más custodiadas de Buenos Aires, llena de restaurantes y ejecutivos. No era ciertamente el peor lugar del mundo para que nuestros hijos transitaran.
Cabizbajas emprendimos el regreso.
Cuando por la tarde llegó Fernando muy contento, lo ayudé a descolgar de las paredes de su habitación los dos cuadros del arca de Noé que yo misma había pintado para él de pequeño y corté la cinta adhesiva con la que pegó los “posters” que superpoblaron de inmediato las paredes con autos de carrera y muchachas con poca ropa. Ya va a ser difícil que pueda contar sus dedos cuando le pase algo, pero presumo que en poco tiempo quizás él deba cuidarme a mí de algún nuevo papelón, amigos míos.

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