lunes, marzo 17, 2008

164-Diario para el encuentro Capítulo IV (Nuevos capítulos de "Las brasas que despiertan")

Una "madona" en "El Tempe Argentino"
Guy de Forestier en su libro “Queridos mallorquines” nos presenta al prototipo de la mujer mallorquina dueña de una pequeña propiedad rural o urbana o, en general al de cualquier madre de familia de la isla y se refiere a él como “la madona”, considerándola “una institución fundamental, uno de los pilares básicos de la estructura familiar- como ocurre en las regiones del sur de Italia con la mamma-, a la vez temida, respetada y a menudo venerada”. Yo crecí rodeada de “madonas” comenzando por mi abuela Isabel y siguiendo por sus numerosas amigas y paisanas por lo que sé reconocer una a varias millas de distancia, y muchas veces me sentí aspirante a serlo, aunque por ahora sin resultados contundentes.

La mujer de mi primo Miquel se llama Apolonia (nombre de tradición mallorquina, al igual que Práxedes, Margarita o Catalina, por ejemplo) y es alguien que merece como pocas ser considerada una “madona” con todas las de la ley, hay que decirlo. Es, sin duda, una mujer de carácter, pero sabia, con la cultura del hacer y del saber estar de todas las mallorquinas que he conocido a lo largo de la vida. Acostumbrada a trabajar mucho en las labores de la casa y la familia, en las faenas propias del campo, en enseñar a sus alumnas las magias de la aguja y la tijera. Acostumbrada a acompañar las andanzas de su perrita en la orilla del mar y a velar por cada ser que el todopoderoso le pone en el camino, tanto sea que se desplace en dos como en cuatro patas, si viene al caso. Ella domina todo lo que una “madona” que se precie debe dominar: comidas, tradición, fe, danzas y canciones, pero es, a la vez, una modernísima mujer que conduce su coche y actualiza sus conocimientos en cuanta oportunidad le brinda la vida. (Eso sí, con una deuda hacia sí misma hasta el momento de encontrarnos: el no haber aprendido computación, como para atravesar el ciber espacio). En síntesis, alguien que vale la pena conocer. ¿No creen? Tal vez, por todo eso y porque la extraño mucho ahora que se ha ido, voy a contarles del paseo que más disfrutó Apolonia en estas tierras.

Si bien es cierto que no abandonó nunca su mirada de turista, gozando palmo a palmo de cada día que la vida le brindó por esta orilla del Atlántico, que desayunó, gozosa, los manjares de los hoteles cinco estrellas que sus hijas le eligieran, que se bañó en las Cataratas con deleite, ella repite a voz en cuello y a quien quiera oírla, que nada fue para ella como la excursión al Tigre, al Delta del Río Paraná.
Quizás les resulte un tanto antojadizo el sitio a quienes leen ésto y habitan en otras partes de este mundo pero todo tiene su lógica, pronto lo verán.

Sabrán, amigos que “El Delta del Paraná es un conjunto de islas que deben su existencia a la gran cantidad de
sedimento que acarrea el agua del río homónimo. Este sedimento, que es aportado mayormente por el río Bermejo, afluente del Paraguay, es depositado en el estuario conjunto del Paraná y el Uruguay: el Río de la Plata. Los bancos de sedimento son colonizados por juncos, ceibos, pajonales y otras especies que contribuyen con sus raíces a consolidar las islas, las que posteriormente son colonizadas por otras especies”.

A este lugar paradisíaco, único delta en el mundo que no termina en un mar sino en un río, Marcos Sastre lo llamó “El Tempe Argentino”. “Tempe es el nombre tomado del Valle de Tempi, en la Tesalia griega, donde el río Pinios desemboca en el mar en forma de delta; un sitio de gran fertilidad próximo al monte Olimpo, el lugar de los dioses. La elección del nombre es elocuente: Sastre asocia nuestro delta del Paraná con las raíces de la cultura helénica, con las fuentes del saber, abstracción reiterada quizá como invocación que continuará Sarmiento. El territorio virgen resulta propicio para la construcción de un paraíso humano posible, a imagen y semejanza de los íconos de la cultura clásica”.

Sin duda, Sastre, al igual que Sarmiento, eran visionarios. Esas islas e islotes rodeados por ríos y riachos, que se esparcen a pocos kilómetros de la hiperpoblada Buenos Aires son un lugar particularísimo. Apolonia, que también es isleña, disfrutaba enormemente cada árbol, cada minúsculo embarcadero. Paladeaba el sonido de la lancha-almacén, gozaba con la idea de los guardapolvos blancos, que llegaban a la escuela a través del río, se maravillaba con los pájaros, las flores, las construcciones realizadas en forma de
palafito, elevadas por sobre el nivel de las crecidas regulares del río. Si bien Miquel también alababa nuestro paisaje, el goce de mi prima iba “más allá”, y yo la contemplaba orgullosa de lo nuestro, pero sumamente intrigada por su actitud tan entusiasta.

Aproveché entonces para contarle que Domingo Faustino Sarmiento, nuestro presidente, amaba el Delta ,y pude mostrarle la modesta casita en que vivía, convertida en museo y cubierta de cristales. Pude contarle, también, que él fue quien introdujo el cultivo del mimbre, que constituye la materia prima para la magnífica cestería que se produce en la zona.

Mi prima continuaba fascinada. Tal vez su mirada estaba teniendo la medida de sus sueños, ya que Apolonia me confesó que, mientras encontraba el punto exacto del “arroz brut” o la “cazola” en su querido Campos, solía pasear por los canales de otras islas: ¡las de Venecia! Creo que fue ése el instante en que terminamos de sentirnos amigas porque lo más increíble es que Venecia es, también, un sueño incumplido para mí. Fue entonces que ambas bajamos barreras a una edad en que uno suele levantarlas cada vez más altas Las bajamos digo, con las complicidades que fuimos tejiendo, como si de un fino encaje de bolillos se tratara. Encaje hecho de miradas pícaras, de risas contenidas y de emociones varias frente a un paisaje especialísimo.


¡Sí, señores! Así como ustedes piensan cuánto les gustaría un verano en Palma de Mallorca, nosotras nos imaginamos muchas veces en una góndola, pasando por debajo del Puente de los Suspiros o frente al campanile de San Marcos, corriendo a las palomas.

Sin embargo, en aquella tarde, no se trataba de las islas venecianas. Estábamos en el Tempe Argentino, tan verde y tan pródigo como el de la Tesalia griega, las dos habíamos encontrado mutuamente nuestra esencia y, pese a la mallorquina sensatez, nos habíamos atrevido a hablar de nuestros sueños.

La tarde acabó, y el Tren de la Costa nos trajo de regreso a través del Norte del Gran Buenos Aires, con sus hermosas casas, el río y las barrancas. Ya quedaban pocos días para que mis primos volvieran a la otra isla, a la querida “Roqueta”.

Así lo hicieron, pero yo les cuento que Apolonia partió amenazando con volverse cibernética, y dicen las malas lenguas que ya comenzó su lucha a brazo partido con el ratón del ordenador, lo que prueba una vez más que cuando una legítima “madona” mallorquina se propone algo…lo consigue.

Atención, Venecia: ¡a no dudarlo! En un tiempito, la Plaza de San Marcos nos verá cuchicheando y riendo en mallorquín, como dos colegialas recién salidas a recreo.

Cati Cobas

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimada tieta

Que bien conociste a mi mamá en tan poquito tiempo...y no te preocupes que de la computación nos va a sorprender en nada..

De mi madre tengo que decir que hay una cosa que me enseñó ella que me está sirviendo muchísimo, y es el no te rindas...

Gracias a las dos

Besitos

Angela

Lola Bertrand dijo...

Una historia muy entrañable, Cati, estoy segura de que la disfrutasteis de lo lindo.
Abrazos de mar.
lola

RosaMaría dijo...

Qué bueno!! En cuanto tengas la dirección de la nueva bloguera, me la pasas, va a ser hermoso compartir vivencias. Estoy segura de que como todas las "abuelas ciber" se pondrá al día enseguida. Abrazote