lunes, diciembre 12, 2005

15-Argenmigos


Ficticia 6 de Diciembre de 2002 Los argentinos tenemos todos los defectos de nuestros peninsulares ancestros que, sumados a la mixtura con los nativos de estas latitudes han producido según se ha puesto de moda decir en los últimos tiempos toda clase de abyectos, indecorosos y deshonestos seres. Sin embargo, hay una mayoría inteligente, trabajadora, honesta y silenciosa que hace honor a sus raíces tanto americanas como de la vieja Europa.Esa enorme mayoría cuenta con una virtud, que según me dicen los que nos visitan de otros pagos no se encuentra tan fácilmente por el mundo. Se trata de la “argentinamistad”.Tener un amigo en mi país ha sido siempre lo mejor que podía ocurrirnos. Un “argenmigo” fue, desde siempre, una oreja y un corazón para llorar con vos y una compañía en la sala de espera de un quirófano mientras operaban a tu viejo. Otro “argenmigo” hubo que celebró con vos el día de tu mejor conquista amorosa o te esperó el día de tu graduación para arrojarte harina y huevo. Las “argenmigas” fueron siempre mujeres dispuestas a decir que te quedó “divino” el pelo después de la permanente aunque vos te dieras cuenta de que tu cabeza podía concursar como raza ovina en La Exposición Rural y obtener el Primer Premio. Por otra parte acostumbramos caminar por la vida guardando amigos desde el jardín de infantes hasta la facultad, desde el curso de “ikebana”, hasta la escuela de los hijos, desde el partido de fútbol dominguero hasta el tercer tiempo en el paquete rugby. Contamos por estos lares con dos brebajes que fomentan la amistad: café en bares y confiterías de la más variada estofa y mate de bombilla en las cocinas, comedores de diario o patiecitos amacetados. El mérito de la “argenamistad” abarcó siempre a todos los sectores sociales, pero en los últimos años, tanta pizza con champagne y tanto vuelo a Miami y “déme dos” estaba separando a los amigos de clase media, aún entre gente de la misma formación y nivel económico. A todos, la globalización no nos había producido el mismo efecto y, mientras algunos continuábamos nuestra vida sin terminar de creernos primer mundo, otros se habían lanzado enteramente al uno a uno. Se daba el fenómeno, por ejemplo, al tratar de elegir un restaurante pues los primeros, queríamos cenar en Tía Pepa como toda la vida y los otros pugnaban por ir al Doña Lola del Paseo de la Infanta o al Tomo XX en Recoleta. Y no les cuento el bochorno que sufríamos los que seguíamos veraneando en el departamentito de Mar del Plata heredado de nuestros previsores padres, mientras muchos de nuestros amigos partían al Caribe o a ver la Navidad con nieve en Nueva York. En mi caso, lo más cerca que estuve de conocer la Navidad neoyorquina ha sido compartiendo con mis hijos la saga de “Mi pobre angelito” en el cine. En cuanto al Caribe, sólo cuento en mi haber con algún intento de reducir kilos en las clases de salsa y de merengue en el club cercano a mi casa, que apenas si me dejaron sudada y con más ganas de comer que antes. El fenómeno se extendió a la ropa, a los electrodomésticos, a la cantidad de autos por familia y a todo lo que el lector pueda imaginar. Cada vez más lo exterior prevalecía y en su conquista, se iba perdiendo un tiempo maravilloso que sólo unos años atrás se dedicaba a leer, a pensar, a la familia y a reunirse con los amigos. Como además, el teléfono, al privatizarse, se tornó carísimo, poco era lo que podía hacerse para recuperar los vínculos. Pero… hasta la peor situación presenta facetas favorables, creanmé. Desembarcó la crisis y luego de los machucones corraliteros están resucitando los amigos.Que no estaban muertos, estaban de parranda en muchos casos y ¡han vuelto! Lo bueno en este caso es que en casi todos ha surgido una imperiosa necesidad de encuentro, de reunión, de abrazo. Nivelados por la malaria y el desempleo, por el corralito y el dólar a tres cincuenta volvemos a ser Laly y Mario, Cati y Jorge, Juan Carlos y Alicia, Bocha y Pepi, como antes de nuestro capicúa presidente. Se terminaron los “liftings” y las cirugías. Y este verano las carpas del Automóvil Club en Punta Mogotes van a estar repletas de todos nosotros como, a veces pienso, nunca debieron dejar de estarlo. Este último mes, mi esposo se ha reunido con los muchachos de la barra de Boedo, algunos millonarios, otros profesionales medio pelo y los de más allá pelagatos, pero todos unidos por la infancia en común, el potrero y la pelota. Por mi parte, siempre traté con bastante éxito de conservar a mis amigas, entre otras razones, porque, uno nunca sabe en qué momento de la vida enviudará, y las amigas en ese caso son imprescindibles. Así y todo, algunas estaban perdidas en la nebulosa. Pero, mañana al mediodía me aguarda la delicia de un encuentro que tendrá lugar entre diez egresadas de la Facultad de Arquitectura a algunas de las cuales no veo desde hace medio siglo. ¿Qué cómo sucedió, querrán saber ustedes? La mishiadura nos hizo tener ganas de vernos, de tocar nuestras vidas, de compartir una mesa mucho más modesta en un restaurante “canilla libre”.Y estoy segura que será como si el tiempo no hubiera transcurrido. Ahora los dejo, porque debo ir a Átomo Perusino para que Lourdes, la uruguaya que reemplaza a Irina me deje como nueva, que estaremos en crisis, pero la coquetería, las argentinas no la perdemos nunca. Y a mi regreso les regalaré otra crónica.

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