martes, marzo 13, 2007

120- El teorema del cantante morocho y "atorrante" o Las señoras de su casa y el Síndrome de Pocho, La Pantera

Lo que voy a tratar en esta crónica es el planteamiento de mi teoría acerca de un hecho incontrovertible que, presumo, dejará boquiabiertos a mis lectores del sexo masculino -incluido mi marido- y con una sonrisa de ¡mirenustedesaestamoscamuerta! a las mujeres que me lean.

Quiero pensar que ya habré clavado bien hondo en el intelecto de mis lectores el puñal de la curiosidad para averiguar de qué va la cosa, y con el objetivo de llegar cuanto antes al “tema” (“grano” no me gusta porque me recuerda que tengo en casa un morocho propio en plena adolescencia) comencemos por definir el vocablo “atorrante”.

La palabra “atorrante” es un vocablo argentino que semánticamente se define como “vagabundo o haragán”. El mismo puede tener su origen en los mendigos que dormían en unos enormes caños de la firma catalana Torrant cuando Buenos Aires organizaba su sistema sanitario a fines del Siglo XIX o en el hecho de que a algunas personas paupérrimas de la época se les permitía “torrar” café a cambio de dejarlas dormir en los establecimientos destinados a la elaboración de este producto. La cuestión es que el concepto de “atorrante” va mucho más allá de aquel que duerme bajo las estrellas y sirve para catalogar a especímenes masculinos pícaros y sumamente hábiles en el arte de la seducción y del pasarlo bien sin mucho esfuerzo.

Yo soy, por obra y gracia de la Vida, madre de uno en ciernes y para consuelo mío y de otras colegas maternales he decidido dar forma a este Teorema, porque, después de todo, lo que uno quiere de los hijos es que sean felices y que hagan felices a los demás. Y en esto, mi pichón va bien encaminado, no lo duden.

Ergo, ahí va la HIPÓTESIS concretamente expresada:

“Muchas “muchachas de nuestras casas” nos casamos con señores buenos mozos, correctísimos, trabajadores y excelentes personas y compañeros en todo y por todo, pero formamos parte, con un cierto prurito tal vez, del club de admiradoras de cuanto morocho “atorrante” y seductor ande cantando por ahí”.

Esta hipótesis no hace más que buscar una reivindicación de todas nosotras, “la esposa”, “la mujer”, “la señora”, “¿la bruja?”, por venir soportando desde hace años, como un hecho natural, que nuestros hombres se pirrien (aunque tengan la delicadeza de disimularlo) detrás de Zulma Faiad, las hermanitas Rojo o la Albinoni en otra época o contemplen hoy con simpatía a las siliconadas bailarinas de Bailando por un Sueño. No hablo de actores al estilo Hollywood, porque tanto para hombres como para mujeres elegantes es común y aceptado reconocer que les resulten dignos de admiración, por ejemplo, Julia Roberts o Cameron Díaz, en el caso de “ellos”, o los buenos mozos de Harrison Ford o Richard Gere, para las señoras. Hablo de simpatías con connotaciones más “terrestres”, más emparentadas con roedores mentales por decirlo de un modo sutil, si cabe.

Para comenzar la TESIS de este teorema empecemos por Gardel, “el morocho del Abasto”, su pelo engominado y sus dientes parejitos y continuemos con Argentino Ledesma o Julio Sosa, que supieron tener su corte de admiradoras tangueras en los años cincuenta, a pesar de su figura un tanto…”contundente”. Sigamos con el “fuego” de Sandro que, aunque no es de mis favoritos, conserva todavía una corte de admiradoras que logran el milagro de verlo flaco y seductor a través de la bata roja con la que envuelve su humanidad machucada por los años y el cigarrillo. O, ¿por qué no? Raúl Lavié, que cuando canta “Si soy así, qué voy a hacer, nací buen mozo y embalao para el querer” derrite a medio Barrio Norte.
Y no hablemos del tema si el que muestra sus incisivos y caninos absolutamente pagos así como su raleado pelo, haciendo alarde de su voz aguardentosa, es Cacho Castaña. Me ruborizo al confesarlo, pero en este caso mi mamá y esta servidora suelen encorvar la comisura izquierda en un sutil temblor que significa: “Sabemos que es un atorrante, y para colmo añoso, pero ¡qué simpático!” Si hasta Mirtha Legrand se deja seducir por sus encantos, así que “algo tiene” más allá de La Humedad de su Café.


Hay varios ejemplares foráneos de este tenor que no pueden dejar de mencionarse. Se trata, por ejemplo, de Eduardo Arjona, quien junto con Chayanne suele llenar su platea de cuarentonas ávidas de pericotes emocionantes. Sin mencionar a Sabina que abarca, con su aire sórdido y prohibido, a varias generaciones cuya febril imaginación es puesta a pensar qué les ocurriría en caso de darles “la una y las dos y las tres”, ataviadas con el trajecito sastre y la cartera Chanel.
Y eso sí, por favor, no dejemos afuera a Banderas, que aunque mucho no cante, me hizo llevar a mi Fernando a ver El Zorro por lo menos ¡cinco o seis veces en un mes!

Algo que agregar en este estudio de los atorrantes es el análisis, aunque sea somero, de algunos recursos extraordinarios que plantean muchos de ellos. El que más me llama la atención es el de los apelativos felinos, por poner dos ejemplos, vayan uno de carácter internacional, el del “Puma” Rodríguez y uno “de bailanta y entre-casa”, el popularísimo Pocho, la “Pantera”.

Un requisito fundamental para que estos cantantes logren llegar al corazoncito de sus fieles es, precisamente, la morochez. Esa piel aceitunada, unida a la blanca dentadura y a una contextura física morrocotuda hace estragos. No importa si el trovador en cuestión proviene de la gitanería más rotunda o de la más pura raza quechua; tampoco si la dentadura es original o adquirida con fundas de plástico. El resultado es el mismo. Son variantes trigueñas de Rodolfo Valentino y Elvis Presley que seducen con la guitarra, la picardía y la complicidad como herramientas básicas.

Como DEMOSTRACIÓN diremos que una sabe que para marido no los querría ni pintados, porque viviría a salto de mata perpetuo, y que por tratarse de “ratones” el tema da para demasiada “trampa”, pero para poner una pizca de sal a la rutina vienen como anillo al dedo. Y para avalar y concluir mi teorema pongo por testigos a la mayoría de mis amigas “paquetísimas” egresadas de la Universidad de Buenos Aires, con variados gustos siempre morenos, a mi vecina Graciela, que conserva una foto suya con José Luis Rodríguez más guardada que si se tratara de una reliquia de San Pompilio, a mi prima Lili y sus amigas, devotas admiradoras de Arjona -tanto, que van a ver hasta los "Tributos" al mismo, en los que ni siquiera el muchacho está presente-, y a las comisuras de Doña Aurora, la autora de mis días, con sus ochenta y siete mayos a cuestas, junto con mi ya compartida, comentada y confesada simpatía “castañera”.

COROLARIO y CONCLUSIONES: Nuestro morocho propio hace dos años que empuña la guitarra, y el teléfono no deja de sonar en casa con chicas que inquieren por el paradero del galán en ciernes. Todo esto preanuncia que los Cayian tendremos un ejemplar propio. Pero cuando estoy triste, y canta para consolarme, en la cocina, “El osito de peluche de Taiwán”, lo imagino arriba de un escenario, y digo a voz en cuello:

¡Tiemblen muchachas, y llamen los representantes para contratarlo, que está por surgir otro “atorrante” en el firmamento musical!

Cati Cobas

1 comentario:

Lola Bertrand dijo...

Muy entretenida esta Cati crónica , me he pasado un rato muy bueno.
Me gusta leerte. Adelante.
Abrazos lola