martes, diciembre 13, 2005

32-Un Body piercing gardeliano



Ficticia
11 de Agosto de 2003

-¡Mamá! ¡Mamaaaaaaá!... ¿Mami? ¡Maaaaaaa!
Pensar que tanto luché para ser llamada así y luego de unos cuantos días de vacaciones de invierno con los párvulos en casa durante veinticuatro horas pagaría por ver el escenario despejado de adolescentes tan sólo por un rato.
En una hermosa, fría y soleada mañana de Buenos Aires, mi hija reclama una salida al “Centro” porque ya ha disfrutado de todos los encantos que nuestro barrio permite disfrutar, y “…obvio, má, que me aburro”.
En realidad, la muchacha oculta una intención aviesa: obtener su “body piercing”, lo que traducido significa que quiere perforar su humanidad por algún lado y colocarse un arito. Pensando que el adminículo irá en su nacarada oreja, asiento dispuesta, porque entre las muchas cosas que pueden caber en el moño de una jovencita, un arito no es de las más complicadas.
De inmediato, la duda hace presa de mí y le pregunto: “decíme nena, ¿dónde te vas a poner el arito?”
” ¡En el ombligo mami, por supuesto!”, fue la respuesta decidida.
No quieran ver ustedes mi expresión al escuchar dicha respuesta.
¡Qué sofoco, Señor! ¡Pensar cuanto dudé al perforar sus tiernas orejitas para colocarle los aritos abridores regalo de su abuela! ¿Y mis dudas sobre pelarla o no de recién nacida? ¡Y ahora se quiere agujerear la panza, sufrir sin necesidad! ¿Quién entiende a las adolescentes?
“¡No te preocupes mami!”, me dijo mi Mercedes, devenida ahora en aprendiz de hechicera zulú. Hay un lugar en la Avenida Santa Fe donde se lo pone toda la gente famosa y te juro que es súper elegante, no me va a pasar nada.
Yo había visto, impresionada, las muchas casas de tatuajes en distintos barrios y de sólo imaginar a mi frágil hijita en manos de uno de esos tatuadores oscuros, silentes y misteriosos, mi sangre mallorquina hervía de temor. Pero no hubo nada que hacer, la muchachita estaba dispuesta a todo y muy rápido nos vimos envueltas en una vorágine de recepcionistas, fotos de Maradona mostrando sus tatuajes, otras madres como yo que asistían indignadas a las perforaciones, acompañadas por otras resueltas jovencitas que quizás procuraban con el adminículo defenderse de malos espíritus o tragedias tal como hicieran antaño los creadores de este sistema de tortura humana.
Tendrían que haber visto ustedes al perforador: morocho, peinado a la gomina, ojazos negros y dientes parejitos, simpático habitante de cualquier arrabal porteño, aspecto de bailarín de tango bien arrabalero, pero indudablemente hábil en su oficio. Describió con lujo de detalles el operativo agujero y con una labia digna de un conferencista de aquellos y una habilidad propia de un encantador de serpientes hindú nos convenció de la inocuidad del hecho que iba a consumarse.
“Quedáte tranquila, mamá” me dijo el perforante. “Yo no soy tu madre, muchacho”, pensé para mis adentros mientras oblaba la abultada suma sintiéndome absolutamente hipnotizada, falta de temple y de carácter.
Después de esto, nos arrastró escalas abajo al lugar de consumación del sacrificio.El hecho es que mi niña, de por sí algo melindrosa y bastante consentida, la que lloraba cuando le pasaba el peine fino para liberarla de alguna que otra liendre hostil, la que se negaba sistemáticamente a ingerir ningún remedio sin un escandalete de aquellos, la que berreaba cuando había que hacerle un exudado de fauces, se entregó a las manos del Carlos Gardel del Body piercing con absoluta sumisión, como si en ello fuera todo su futuro. Y como sarna con gusto no pica, salió disimulando el dolor con la mejor de sus sonrisas y ostentando en su ombligo un pequeño y falso diamante digno de la mejor princesa oriental.
En cuanto a mí, les confieso que estoy pensando que quizás, una pequeña mariposa en la pantorrilla, o una arañita en el escote…no me sentarían del todo mal… ¿verdad?

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