martes, noviembre 04, 2008

197- Lluc


Pienso que fue cuando reencontré a mi familia paterna a través de la magia de la web. O, mejor, cuando Apolonia me trajo aquel rosario de cuentas casi negras de regalo.
Las manos de la abuela repasando Avemarías aparecieron nuevamente ante mis ojos. Eran pequeñas, pequeñitas como Isabel. Y sin embargo ella era tan grande, era tan fuerte…

Creo recordar que el origen de su fortaleza surgía precisamente de la Fe. Una Fe ingenua, pura, hecha de pastorellas y villancicos, la Fe de los que la tienen dentro desde niños. “Sa Moreneta i Es Bon Jesús me harán caminar” decía firme, aun cuando ya habían transcurrido seis o siete años de parálisis. Estaba convencida de que la advocación mallorquina de la Madre del Señor, esa imagen patinada que se venera en Lluc, era milagrosa. Tan milagrosa como la historia de su descubrimiento que debemos a un pastor también llamado Lluc (relacionado con “lucus”, para los romanos, bosque sagrado), entre las rocas de un torrente cercano, así como las idas de la imagen hasta la iglesia de San Pedro en Escorça, el templo más cercano, o los empecinados regresos de la Virgencita hasta el torrente donde hoy se la venera en un santuario de escala gigantesca tanto en el manejo de los espacios exteriores como en su magnitud edilicia..

La abuela Isabel tenía razón: es milagrosa. Cuando me hinqué para dar gracias en aquel monasterio enorme, en la montaña, comprendí esa verdad de a puño. A Ella había rogado tanto por estar ahí, junto a mi historia…Y mis ruegos habían sido oídos.
A Ella, rezado mientras esperaba el regreso del hijo algún sábado a la noche…Sano y salvo. Entero.
También esa Señora era custodia de Mercedes en exámenes y dudas, y mi compañera de desvelos amanecidos en dolores… ¡No podía creerme ahí, a sus pies!

Detrás, un Jorge conmovido.
Y mis primos asistiendo, afectuosos, a mis lágrimas. ¿Qué otra cosa?

Me despedí de Nuestra Señora de Lluc, la morenita, con la peregrina promesa de un retorno y el ferviente deseo de una estancia más prolongada en ésa, su tierra.

Como la abuela Isabel antaño, digo que Sa Moreneta, si Deu ho vol –La Morenita, si Dios lo quiere- nos hará retornar pronto a Mallorca para volver a Ella dando gracias.

Atrás habían quedado las sinuosas vueltas de “el nudo de la corbata” en la Sierra Tramuntana, en las que la pericia del conductor nos hizo pasear lo suficientemente tranquilos como para disfrutar de un paisaje en el que se combinan, con maestria, piedra y bosque. Algo decididamente muy hermoso. Atrás, también, el delicioso picnic mallorquín a la sombra de los árboles y en compañía de Joana Aina, en una de sus escapadas para vernos. Nos esperaba la sorpresa que nos proporcionara Sebastià, de conocer al Prior, y descubrir que había estado benditamente inoculado de argentinidad hace unos años, y que eso lo hacía más querible todavía. Finalmente, un regreso por pueblos cada vez menos montañosos, hasta volver al llano call vermell donde tuvimos un encuentro con los hermanos de mi padre, mis tíos Catalina y Sebastià. Encuentro muy emotivo, pero que guardaré en mi corazón y me permitiré no compartir con ustedes, mis lectores.

Esa noche volví a verla. Ya redondísima como en las siguientes noches. Plateaba sobre la mesa en la que dispusimos cenar en casa de mis primos, en el silencio. Sólo algún “cri cri” de grillos o cigarras desde lejos y ella, plena, como si quisiera compartir el pan, el aceite y el tomate con nosotros…

Cati Cobas

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como nos gusta habrir esta pajina y poder revivir aquellos dias de final de verano viendo, la ilusión en tus ojos i los de Jorge,yo disfrute tanto, como vosotros,ojala algun dia se repitan, en Mallorca o en Argentina