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Las manos de la abuela repasando Avemarías aparecieron nuevamente ante mis ojos. Eran pequeñas, pequeñitas como Isabel. Y sin embargo ella era tan grande, era tan fuerte…
Creo recordar que el origen de su fortaleza surgía precisamente de la Fe. Una Fe ingenua, pura, hecha de pastorellas y villancicos, la Fe de los que la tienen dentro desde niños. “Sa Moreneta i Es Bon Jesús me harán caminar” decía firme, aun cuando ya habían transcurrido seis o siete años de parálisis. Estaba convencida de que la advocación mallorquina de la Madre del Señor, esa imagen patinada que se venera en Lluc, era milagrosa. Tan milagrosa como la historia de su descubrimiento que debemos a un pastor también llamado Lluc (relacionado con “lucus”, para los romanos, bosque sagrado), entre las rocas de un torrente cercano, así como las idas de la imagen hasta la iglesia de San Pedro en Escorça, el templo más cercano, o los empecinados regresos de la Virgencita hasta el torrente donde hoy se la venera en un santuario de escala gigantesca tanto en el manejo de los espacios exteriores como en su magnitud edilicia..
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A Ella, rezado mientras esperaba el regreso del hijo algún sábado a la noche…Sano y salvo. Entero.
También esa Señora era custodia de Mercedes en exámenes y dudas, y mi compañera de desvelos amanecidos en dolores… ¡No podía creerme ahí, a sus
Detrás, un Jorge conmovido.
Y mis primos asistiendo, afectuosos, a mis lágrimas. ¿Qué otra cosa?
Me despedí de Nuestra Señora de Lluc, la morenita, con la peregrina promesa de un retorno y el ferviente deseo de una estancia más prolongada en ésa, su tierra.
Como la abuela Isabel antaño, digo que Sa Moreneta, si Deu ho vol –La Morenita, si Dios lo quiere- nos hará retornar pronto a Mallorca para volver a Ella dando gracias.
Atrás habían quedado las sinuosas vueltas de “el nudo de la corbata” en la Sierra Tramuntana, en las que la pericia del conductor nos hizo pasear lo suficientemente tranquilos como para disfrutar de un paisaje en el que se combinan, con maestria, piedra y bosque. Algo decididamente muy hermoso. Atrás, también, el delicioso picnic mallorquín a la sombra de los árboles y en compañía de Joana Aina, en una de sus escapadas para vernos.
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Esa noche volví a verla. Ya redondísima como en las siguientes noches. Plateaba sobre la mesa en la que dispusimos cenar en casa de mis primos, en el silencio. Sólo algún “cri cri” de grillos o cigarras desde lejos y ella, plena, como si quisiera compartir el pan, el aceite y el tomate con nosotros…
Cati Cobas
1 comentario:
Como nos gusta habrir esta pajina y poder revivir aquellos dias de final de verano viendo, la ilusión en tus ojos i los de Jorge,yo disfrute tanto, como vosotros,ojala algun dia se repitan, en Mallorca o en Argentina
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