martes, octubre 21, 2008

192-La llegada y el encuentro

Esta crónica es, quizás, demasiado personal, lo reconozco. Tiene muchos nombres para ser considerada "ortodoxa", pero la dedico, con profundo agradecimiento, a todos aquellos que ese día y los siguientes vivieron con nosotros "el encuentro"... Con todo mi cariño y el de los míos...
Escribir es emplear apropiadamente “el verbo”, “la palabra”. Con minúscula, claro, porque de creación no bíblica se trata. Pero, igual que en la Biblia, hay que buscar la palabra justa para que una crónica llegue a quien la lee. Por eso, cuando comencé a pensar en el título de ésta, pensé en “llegada”, femenino, (acción y efecto de llegar a un sitio). Sin embargo, intuí que le faltaba algo, por lo que completé la pareja sustantiva con el masculino “encuentro” (dar con alguien o algo que se busca, coincidir, hallar algo que causa sorpresa). Y entendí que así era bueno. Que el poner un nombre a las emociones de todos los que participamos de ese instante único, haría más fácil revivirlo y permitir que perdure en los que a nosotros sigan.

El círculo, cerrado en luna bien perfecta, asomaba por el túnel desde el que ya se escuchaba la música ancestral de xeremias y tamborí. Sebastià, el mago, había diseñado la escena para que fuera inolvidable. Y toda la familia se prestó para integrarla, en una imagen de privilegio, sólo para unos pocos elegidos. No hay otra manera de decirlo. Me sentí elegida. En mí, acompañada por mi esposo, regresaban a Mallorca mis abuelos y mis padres. Para encontrar los abrazos de los suyos. Para recuperar casi un siglo de nostalgias, de sabores, de perfumes.

¿Hay otra manera de decir abrazo, emoción, alegría y reencuentro?

La pancarta, obra también de Sebastià y su hijo, decía “bienvenidos a su casa” y así nos sentimos. Mil veces bienvenidos.

Bienvenidos, dijeron “los Covas” en todas las versiones. En las flores de la mano de Sebastià-Jaume, en los rizos de Pau, el pequeñín, en brazos de Dolors, su madre. En las lágrimas de Apolonia y Miquel, a los que habíamos despedido en Buenos Aires sintiendo que pasaría tanto tiempo para volver a vernos, en la Adelantada, en su rol de “¡Ja, ja! Yo los conocí primero”, en la tímida sonrisa de Joana Aina y Ricardo, el futuro Caballero de la Orden de la Pava, como lo llamaremos de aquí, en unas crónicas adelante. Bienvenidos, nos decían Toni, junto a su María, y Pere, mis sobrinos escaladores de montañas. Bienvenida, dijo María, al lado de Miquel, su padre (¡cuántos primos con el mismo nombre!) y de su abuela, mi encantadora tía Jaumeta, a la que dedicaré una semblanza en exclusiva.

Ahí estaban también Tomás y Andrea Serra, con su niño, mis primos de chat y radioescuchas.

Y, como broche de oro en bienvenidas, alguien especialísimo para mí, por provenir de la rama de mi abuelo Marcial, aquel con quien jugara a “dits perellics” inolvidables.
Juana, “Juanita” de mi infancia, y sus hermanas, mis primas maternas, también decían “bienvenidos” de la mano de “Xisca”, una deliciosa joven que se prestó todo el tiempo a acompañar a Apolonia (cuántas mallorquinas con el mismo nombre, ¿cierto?), su madre, y a sus tías Antonia y Juana, cada vez que pudimos encontrarnos. Digo que estas presencias fueron muy emocionantes para mí porque “Juanita” era mi corresponsal infantil allá por los cincuenta y tantos. Intercambiábamos Billiken y Tebeo a través de su padre y de mi abuelo y nos deseábamos felicidad en cumpleaños, Navidades y vacaciones tan lejanas, de un modo tierno y afectuoso, hasta que la vida, más allá de nuestros deseos, bifurcó por más de treinta años, nuestros caminos.
Imaginarán la emoción del reencuentro. Aquellas niñas vestidas en organza y tules para su Primera Comunión, eran, en el Aeropuerto de Palma, dos mujeres mirándose a los ojos, con un regocijo intransferible.
Hubo, además de música, flores y pancartas, dos presentes singulares. Uno, elocuente símbolo, para Jorge. Era la honda de los “foners” baleares, una manera de decir: “serás, de ahora en adelante, bien, bien nuestro” y otro, para mí, de las manos laboriosas de mi tía, un delantal para recoger las alcaparras, prenda que, confeccionada en tela listada, se tiene, desde siempre, por emblema de “payesía”, payesía cuyo legado, a la distancia, siempre había sido para mí como un escudo nobiliario.

Macià y Guillem, los músicos de Campos, no debían dar crédito a toda esa gente que reía y lloraba, se abrazaba y ponía un poco de distancia para volver a contemplarse. Cuando nos introdujimos en el autobús que nos llevaría al pueblo del que mi padre partiera para venir a ésta, mi patria, sonreían benevolentes y asombrados.

Las ventanas de las vecinas de Sebastià y Dolors, en cuya casa nos agasajaron con una deliciosa cena, en la que no faltaron coca, ni las típicas panades, ni mi añorada sobrasada junto a la espuma de la ensaimada tierna, estaban entreabiertas cuando partimos para dormir en la casa de Miguel y Apolonia, los padres de Ángela y Joana Aina, la casa en la que vivió mi padre adolescente, la misma en cuyo muro escribiera su nombre que aun perdura. Mi imaginación soñaba con que quizás, alguna anciana ancianísima, tras los visillos de encaje de bolillos, decía: “la hija de Tomás ha regresado a Mallorca”. Y si no lo dijo, hagamos de cuenta que así ha sido.

Estaba, por fin, en la isla, en la Roqueta. No me parecía cierto. Cuando traspuse el umbral de la casa de nuestros abuelos, donde me alojaría, la emoción fue indescriptible. Pero no terminaba aun el día. Porque en nuestro cuarto, para completar la belleza de la llegada y del encuentro, nuestros anfitriones habían dejado más flores, junto a una botella de champagne helado. Champagne que compartimos con ellos y con la Adelantada en una íntima celebración de cumpleaños. Apolonia había puesto dos velitas en el gató mallorquín de pura almendra y chocolate, obra de sus manos de “madona”. Sostiene que la vida, “nuestra” vida familiar, es así de breve y nueva.

Tiene razón, quizás, pero desde esta llegada y este encuentro fue para nosotros como si siempre hubiéramos permanecido juntos.

Y Dios, el de "La Palabra", con mayúscula, pensará, estoy segura, que eso es muy bueno.

Cati Cobas

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Con que ansiedad esperábamos
volver a abrazaros

CATI COBAS dijo...

Para nosotros fue realmente un episodio único en nuestras vidas...¡Gracias!

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

SÍ, EFECTIVAMENTE ES MUY PERSONAL, PERO ESTÁ ESCRITO TAN BIEN, QUE ES UN CAPÍTULO MÁS DE UNA NOVELA.
QUÉ ATRACÓN ME HE DADO A LEERTE ESTA MAÑANA. HE TENIDO MUY MALA SEMANA Y NO TE HABÍA PODIDO SEGUIR...

Anónimo dijo...

Cati, preciosa crónica. Gracias por compartir todos esos momentos emocionantes que has vivido.