Esta crónica es, quizás, demasiado personal, lo reconozco. Tiene muchos nombres para ser considerada "ortodoxa", pero la dedico, con profundo agradecimiento, a todos aquellos que ese día y los siguientes vivieron con nosotros "el encuentro"... Con todo mi cariño y el de los míos...
El círculo, cerrado en luna bien perfecta, asomaba por el túnel desde el que ya se escuchaba la música ancestral de xeremias y tamborí. Sebastià, el mago, había diseñado la escena para que fuera inolvidable. Y toda la familia se prestó para integrarla, en una imagen de privilegio, sólo para unos pocos elegidos. No hay otra manera de decirlo. Me sentí elegida. En mí, acompañada por mi esposo, regresaban a Mallorca mis abuelos y mis padres. Para encontrar los abrazos de los suyos. Para recuperar casi un siglo de nostalgias, de sabores, de perfumes.
¿Hay otra manera de decir abrazo, emoción, alegría y reencuentro?
La pancarta, obra también de Sebastià y su hijo, decía “bienvenidos a su casa” y así nos sentimos. Mil veces bienvenidos.
Bienvenidos, dijeron “los Covas” en todas las versiones. En las flores de la mano de Sebastià-Jaume, en los rizos de Pau, el pequeñín, en brazos de Dolors, su madre. En las lágrimas de Apolonia y Miquel, a los que habíamos despedido en Buenos Aires sintiendo que pasaría tanto tiempo
Ahí estaban también Tomás y Andrea Serra, con su niño, mis primos de chat y radioescuchas.
Juana, “Juanita” de mi infancia, y sus hermanas, mis primas maternas, también decían “bienvenidos” de la mano de “Xisca”, una deliciosa joven que se prestó todo el tiempo a acompañar a Apolonia (cuántas mallorquinas con el mismo nombre, ¿cierto?), su madre, y a sus tías Antonia y Juana, cada vez que pudimos encontrarnos. Digo que estas presencias fueron muy emocionantes para mí porque “Juanita” era mi corresponsal infantil allá por los cincuenta y tantos. Intercambiábamos Billiken y Tebeo a través de su padre y de mi abuelo y nos deseábamos felicidad en cumpleaños, Navidades y vacaciones tan lejanas, de un modo tierno y afectuoso, hasta que la vida, más allá de nuestros deseos, bifurcó por más de treinta años, nuestros caminos.
Imaginarán la emoción del reencuentro. Aquellas niñas vestidas en organza y tules para su Primera Comunión, eran, en el Aeropuerto de Palma, dos mujeres mirándose a los ojos, con un regocijo intransferible.
Hubo, además de música, flores y pancartas, dos presentes singulares. Uno, elocuente símbolo, para Jorge. Era la honda de los “foners” baleares, una manera de decir: “serás, de ahora en adelante, bien, bien nuestro” y otro, para mí, de las manos laboriosas de mi tía, un delantal para recoger las alcaparras, prenda que, confeccionada en tela listada, se tiene, desde siempre, por emblema de “payesía”, payesía cuyo legado, a la distancia, siempre había sido para mí como un escudo nobiliario.
Macià y Guillem, los músicos de Campos, no debían dar crédito a toda esa gente que reía y lloraba, se abrazaba y ponía un poco de distancia para volver a contemplarse. Cuando nos introdujimos en el autobús que nos llevaría al pueblo del que mi padre partiera para venir a ésta, mi patria, sonreían benevolentes y asombrados.
Las ventanas de las vecinas de Sebastià y Dolors, en cuya casa nos agasajaron con una deliciosa cena, en la que no faltaron coca, ni las típicas panades, ni mi añorada sobrasada junto a la espuma de la ensaimada tierna, estaban entreabiertas cuando partimos para dormir en la casa de Miguel y Apolonia, los padres de Ángela y Joana Aina, la c
Estaba, por fin, en la isla, en la Roqueta. No me parecía cierto. Cuando traspuse el umbral de la casa de nuestros abuelos, donde me alojaría, la emoción fue indescriptible. Pero no terminaba aun el día. Porque en nuestro cuarto, para completar la belleza de la llegada y del encuentro, nuestros anfitriones habían dejado más flores, junto a una botella de champagne helado. Champagne que compartimos con ellos y con la Adelantada en una íntima celebración de cumpleaños. Apolonia había puesto dos velitas en el gató mallorquín de pura almendra y chocolate, obra de sus manos de “madona”. Sostiene que la vida, “nuestra” vida familiar, es así de breve y nueva.
Tiene razón, quizás, pero desde esta llegada y este encuentro fue para nosotros como si siempre hubiéramos permanecido juntos.
Y Dios, el de "La Palabra", con mayúscula, pensará, estoy segura, que eso es muy bueno.
Cati Cobas
4 comentarios:
Con que ansiedad esperábamos
volver a abrazaros
Para nosotros fue realmente un episodio único en nuestras vidas...¡Gracias!
SÍ, EFECTIVAMENTE ES MUY PERSONAL, PERO ESTÁ ESCRITO TAN BIEN, QUE ES UN CAPÍTULO MÁS DE UNA NOVELA.
QUÉ ATRACÓN ME HE DADO A LEERTE ESTA MAÑANA. HE TENIDO MUY MALA SEMANA Y NO TE HABÍA PODIDO SEGUIR...
Cati, preciosa crónica. Gracias por compartir todos esos momentos emocionantes que has vivido.
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