domingo, octubre 19, 2008

191-El genio catalán

Ambicioso es el título de esta crónica. Demasiado. Lo reconozco. Pero cuando intenté escribir sobre Gaudí, documentándome exhaustivamente para eso, comenzaron a sonar en mis oídos algunos, sólo algunos, de los casi siempre agudos apellidos catalanes pertenecientes a grandes creadores. Y, acto seguido, decidí que el tema a tratar sería “el genio”. El genio catalán del que tantas veces se ha hablado y el genio “vivo”, que según el Padre Eduardo –ya mencionado en la “Vie en Rose” – forma parte de muchos de aquellos, como esta servidora, en los que corre, por lo menos, una porción de sangre catalana. Sabido es que Cataluña, a través de la conquista de Jaime I, es parte insoslayable, aunque no única, de la historia mallorquina a la que, desde ya, reconozco como propia, al igual que la argenta, en la que he nacido y vivo desde siempre.

Porque: dígame el lector si no hace falta viveza de genio para arrear maridos agotados hasta la cima del Park Güell, a pesar de protestas y rezongos. Si bien Jorge aceptó descender del bus turístico en la parada correspondiente al tan famoso parque, para conocer esa obra de Gaudí, uno de los exponentes más importantes del genio catalán, lo hizo luego de un largo día, de haber oteado con enorme admiración la Sagrada Familia además de las casas Milá y Batló, en el Paseig de Gracia prometiéndose una estancia más larga en Barcelona para ver esas obras una a una. Por eso el pobre, ya cansado, creyó que con una vueltita por el parque del lagarto/dragón emblemático del trencadís bastaría. No imaginó, en el momento de aceptar la propuesta de una caminata a pie, que en mi mente estaba el deseo de realizar un recorrido enjundioso por el mismo.

“¡Catalina!”, escuché a mis espaldas, “¡No pensarás llegar hasta la cumbre!”. Imaginé que si me llamaba “Catalina” era porque estaba sufriendo un acceso intempestivo de su también magno genio ítalo-armenio. Pero el mío es de aquellos fieles al lema: “chufla, chufla, como no te apartes tú…” por lo que muy resuelta, luego de atravesar la reja de hierro tan original con sus hojas de palmito, de trasponer los pabellones que flanquean el acceso, cubiertos con cúpulas semejantes a hongos invertidos, cuajadas de azulejos, emprendí el periplo escaleras arriba a un lado del lagarto, seguida por él, que trataba, con un cierto grado de esfuerzo marcado en su expresión, de dejarse envolver por el embrujo gaudiniano, de rendirse al genio catalán, de entusiasmarse entre las columnas de la sala hipóstila, debajo de los originales plafones que ocupaban en el cielorarraso, lleno de movimiento, el lugar de algunas columnas ausentes.

La luminosidad del genio resplandecía, reflejada en el piso claro de la terraza bordeada por el banco curvo revestido en trencadís, para asombro de un centenar de chinitos en fila…¿india? que se deslizaban por las piedritas del suelo en pintoresquísima patota. La luz se expandía en cada columna que, a modo de pata de elefante cubierta de buganvillas, acompañaba la subida a los niveles más altos de la montaña. Preguntándonos qué habría sido de Barcelona si el Park Güell hubiera tenido aceptación por los catalanes como lo que fue en principio: un barrio residencial, contemplamos la ciudad a la distancia y desde lo alto, maravillándonos una vez más con el arte de Gaudí, y sintiéndonos diminutos en nuestro carácter de colegas de este genio. Ya Cayian no protestaba. Se había entregado, a pesar del cansancio, al influjo de la obra de Gaudí y a su genio imperecedero.

Cuando al día siguiente visitamos el Palau de la Música Catalana, el genio catalán –sólo el creativo, felizmente- apareció de nuevo. Valores como el amor por la cultura, la rigurosidad, el orden, el buen criterio, el “seni” (sentido común), y el tesón se sumaban a la fantasía, hecha rosa, en los capiteles de cerámica nacarada; al dinamismo, en cada parante de vidrio torneado en escaleras y balaustradas; al movimiento y originalidad, pulido mármol, en las esculturas del escenario. ¡Y nuevamente la luz! Esa luz reverberando en la sala en el mismo instante en que el órgano del Orfeó nos regalaba un concierto casi, casi de juguete.

Domènech i Montaner -al que jamás osaría comparar con su casi contemporáneo colega del que hablara antes, pero al que considero una figura diferente y sin embargo, genial a su manera- nos seguía deleitando con su espíritu en pleno siglo XXI.

En ese momento, mientras me regocijaba con los vitrales del Palau, de un exquisito preciosismo, pensé en el interesante trabajo de remodelación realizado en ese edificio por Tusquets, el arquitecto catalán de la actualidad que pinta, escribe, realiza diseño gráfico y tantas otras cosas, a la vieja usanza renacentista. Volví a repasar algunos de los nombres importantes de la arquitectura que Barcelona había traído a mi memoria, tales como el mismo Domènech i Montaner, Sert, Buïgas, Bohigas, así como los de los pintores que como en los casos de Dalí, Miró, Gausachs y tantos otros, han trascendido a partir de su genio y originalidad hasta el día de hoy. Mi marido, más descansado que en la víspera, disfrutaba del emblemático lugar y de los sonidos que colmaban ese ambiente de acústica perfecta mientras asentía interiormente, estoy segura, a este tema del genio catalán y procuraba disculpar a los catalanes y su genio, que se habían encarnado en mí por un rato la tarde anterior en el Park Güell, ya que esa mañana transcurría en perfectísima armonía y derrochábamos ambos unas sonrisas de oreja a oreja francamente envidiables y alejadísimas de la viveza de genio de la víspera..

Debíamos partir en pocas horas con rumbo a la Roqueta, Meca de nuestro camino hacia la luna llena. La Ciudad Condal nos despidió con un “detalle” trascendente, aunque a priori así no lo parezca, amigos. Es que para cualquier mujer no hay nada más importante que su pelo y el mío, después de varios días de paseo, daba lástima. Muchos considerarán al tema capilar como algo intrascendente y a quienes se ocupan de él, como ejecutantes de un arte bien menor, pero cuando entré a esa peluquería cercana a nuestro hotel y expliqué que debía volar, inmaculada, al encuentro familiar en pocas horas, una peluquera catalana, inteligente y de máxima eficiencia desplegó su arte, según todas las reglas, de un modo tan efectivo y concienzudo que fue la confirmación, en lo pequeño, de lo que antes los edificios y el arte nos dijeran. Gracias a ella y a su genio, desembarqué en Mallorca, hecha una diosa. ¿Qué más pedir, amigos? Sólo un regreso más pausado para disfrutar con más tranquilidad de Barcelona

Así termina esta crónica sobre el genio catalán y los catalanes y su genio. ¡Sería genial si algún “ídem” de esos que suelen morar en lámparas antiguas, despierta a alguna "Carmen Balcells del 2008", émula de la agente literaria más famosa en el mundo de habla castellana, dignísima exponente de lo aquí expresado, y la convence para que sea mi mejor representante en el mundo de las letras! Y bien pensado…¿Por qué no sería esto posible? Si para un catalán empeñoso y tesonero casi todo lo imaginado puede volverse realidad.

Cati Cobas

2 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Buenos días, tesoro.
Esta crónica no he podido evitar que me recordara a mis cuadernos de viaje de Macarena y Daniel, ¿TE ACUERDAS?
Insisto, es para hacer un pequeño librito con estas crónicas, son maravillosas. Has llegado a la madurez literaria. Ya sé que te lo había dicho ya, pero cuando te leo me reafirmo.
Un beso muy grande

CATI COBAS dijo...

Gracias, Ángeles. Es que cuando vi a los chinitos me acordé de tu Daniel y Macarena...¡Cómo me gustaban...!!!!! En cuanto a lo de hacer un librito...soñar no cuesta nada...besos. Cati