miércoles, octubre 15, 2008

190- Trencadís de Barcelona

Un mosaico es una obra compuesta de piedrecillas, terracota o vidrios de varios colores. Se dice que el primer mosaico se encontró en la ciudad asiria de Nínive y que los primeros en el mundo europeo datan del siglo V antes de Cristo.

La tradición del mismo ha conocido vida en la antigua Macedonia, brillo, en el período helenístico, difusión, en tiempos de los romanos y esplendor con la llegada de Bizancio. Supo también de variantes hispanas, como el enguijarrado propio de los patios de León y de Castilla. Pero en todas esas versiones, las pequeñas piezas se adherían a superficies más o menos planas. No conocían la curva y contracurva, el resplandor de la luz refractada del “trencadís” modernista y catalán. El nombre de esta técnica está relacionado con el “trencar”, quebrar las piezas, en versión catalana, por supuesto, y caracteriza a la Ciudad Condal, la hace única y digna de admirar, por cierto. La técnica del trencadís se utilizó por primera vez en el llamador de la entrada de la finca Güell, en la avenida de Pedralbes de Barcelona. En esta finca, la arquitectura sinuosa fue determinante para su aplicación.

Ideado por Gaudí y concretado por Josep Maria Jujol, este último fue el encargado de realizarlo y el que le otorgó una personalidad tan especial.

Parece que Jujol empleaba piezas de rechazo de la fábrica Pujol i Bausis, así como fragmentos de platos y tazas de café de loza blanca procedente de otras partes. También, baldosas de cerámica y el mosaico con la técnica del opus tessellatum. Se llama teselas a las pequeñas piezas que conforman el mosaico.

Y así, en teselas, conocimos Barcelona. En pequeños fragmentos de ciudad reunidos en un trencadís maravilloso merced al Bus Turístico. De otro modo, poco hubiéramos podido hacer en apenas veinticuatro horas, en un sitio colmado de lugares interesantísimos.

Demás está comentar que mi galante compañero parisino, al llegar a Cataluña pedía un poco de calma, de reposo. ¿Reposo?...”El de la tumba”, lo conminé, apenas desensillamos en el hotel. Por lo que no le quedó otro remedio que trepar al colectivo rojo de dos pisos para realizar, en una tarde, un recorrido lo más completo que se pudo. ¡Mi Robert Wagner estaba a punto de arrojarme por la borda! Le recordé que continuaba siendo ése el día de mi cumple y se contuvo. ¡Pobre hombre! No sólo le tocó contenerse con su esposa sino que tuvo que contener sus deseos de deglutir en pedacitos a una turista de origen desconocido y temperamento avasallante. Si no le subió la presión a veintiuno fue porque Barcelona compensó ampliamente las contenciones con sus tesoros que si no, hubiéramos terminado el día en alguna guardia médica hablando en catalán.

Es que en el vehículo de dos pisos se seguía un orden riguroso para poder acceder a la plataforma superior y nosotros comenzamos el periplo en planta baja, mientras aguardábamos, respetuosos, nuestro turno, cuando de repente subió por la puerta trasera una pareja rubicunda cuyo componente femenino trepó a la parte alta del coche sin miramientos, en el mismo momento en que se desocupaban dos plazas en lo alto. Jorge subió a solicitar los lugares que nos correspondían, pero la insigne dama, habiendo colocado el bolso en el asiento contiguo al suyo para reservar sitio a su rubicundo cónyuge, recurrió al “yo no entiende” más rotundo, por más que la encargada del bus colaborara en la acción de desalojo. Imaginarán ustedes la cara de Cayian en ese instante. Pero mejor, no la imaginen. “Pasemos a otro tema, no quiero hablar de eso”, como dice Andrés Calamaro.

Eso, pasando al tema fundamental de este “trencadís” barcelonés tendré que contar que lo componen imágenes tan variadas como las de sus teselas. Colores variadísimos y barrios que pueden asimilarse al mármol, la cerámica o el vidrio ya que van desde la Plaça d’Espanya, con sus torres venecianas, puerta de entrada a la montaña de Monjuïc, su Palacio, fuentes y jardines, para continuar con las deliciosas vistas de Miramar y Port Vell. O de la estatua de Colón, apuntando al horizonte en la desembocadura de las Ramblas, al Port Olimpic, y los veleros que, a distancia, parecían de juguete.

Ese mosaico de montaña, verde y mar se tornaba modernista en el Paseig de Gràcia y gótico en el barrio adyacente, tradicional en Sarriá y pleno de señorío en las cercanías del Palau Rejal o moderno en la zona correspondiente a la Universidad. Todo, además, cuidado, limpio, prolijo, como si alguien bruñera la ciudad para que ésta reluciera frente al visitante.

Siendo el trencadís el lei motiv de esta crónica, dejo para otra el tema de Gaudí, cuyo espíritu admirable perdura, desde hace casi un siglo, en este lugar tan especial. Su sello se encuentra en todas partes y los habitantes de Barcelona, así como quienes son responsables de la misma, toman a este arquitecto y a sus creaciones como carta de presentación superlativa del genio catalán. A él y a su creatividad indiscutible, dedicaré la crónica siguiente, lo prometo.

Para poner argamasa y sellar las juntas de mi trencadís barcelonés, debo decir que veo a esta ciudad casi perfecta. Un lugar que ha crecido sabiamente, en el que todo combina con armonía y en el que se destaca el genio de aquellos hombres extraordinarios que como Dalí, Gaudí, Domènech i Montaner todavía hoy nos acompañan con sus obras.

Pero me falta desenvolver su esencia, su alma, sus entrañas. Barcelona fue para mí, y perdonen todos aquellos que no coincidan con esta sensación visceral que me persigue, una gran dama elegante y refinada, pero enigmática y esquiva. Me debo, quizás, una larga estancia, que venza la prudencia y reserva de sus habitantes, y me permita penetrar en los intersticios, como la lagartija de Gaudí, en las grietas más humanas del trencadís de esta metrópolis para así recrearme en su espíritu pujante, laborioso y creativo de un modo más próximo y cercano.

Cati Cobas

2 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

buenos días tesoro. me mantenía intrigada qué habrías pensado de Barcelona y como tantas cosas que tenemos en común tengo el mismo sentimiento que tú: mucho más elegante y hermosa que Madrid y sin embargo más esquiva que Madrid. Aquí se anda en zapatillas; allí no.
Delicioso, maravilloso.

Anónimo dijo...

Que yo recuerde he estado 4 veces junto a la lagartija de gaudi, y de algún modo, esas 4 veces han marcado un antes y un depués en mi vida...y de algún modo cierro los ojos y os veo a vosotros allí, y me parece un momento mágico...

Me gusta la definición de la gran dama Barcelona. Espero que mi amiga Cristina Sarabia,que me enseñó su Barcelona, que fué de la que me enamoré esté también de acuerdo con tu definición.

Besos, Angela