miércoles, diciembre 10, 2008

208-Epilegómenos

Este “Camino de la Luna Llena”, a la medida de mis sueños, finaliza, y, no podía ser de otra manera, con una visita al pueblo de Ses Salines, el de Isabel, la pequeña pionera que se animó a cruzar el océano sola, hace casi un siglo, en pos de sus quimeras, convirtiéndose en mi abuela materna. Ses Salines es un pueblo pequeñito, también de piedra dorada. Papá hacía rabiar a su suegra diciéndole que su pueblo tenía una sola calle. Yo pude ver algunas más, pero no muchas. También me fotografié frente a su iglesia. Imaginé a la abuela haciendo calça o randa con sus hermanas, en la puerta de su casa o bailando alguna jota muy joven, en la plaza, junto a sus amigas.

De la mano de Apolonia, y con un Miguel ya reencontrado, habíamos orado por los abuelos y otros familiares, en su tumba, y hasta pudimos saludar a Guillem Bauçà, el escritor campaner autor de "Es Cor Xapat", que tuvo la delicadeza de venir a saludarnos, para luego llegar al mar y allí, cerca de la Colonia Sant Jordi, encontrarnos en Sa Rapita. Con Jorge nos miramos asombrados…¡Cuántas veces habíamos visto a mi papá feliz en Mar del Plata, mientras caminaba entre el Torreón del Monje y la Playa de los Ingleses - la Varesse actual-! ¿Así que Sa Rapita era el motivo inconfesado de su cariño por ese lugar? Las mismas rocas, que alguna vez le habían servido de trampolín cuando era joven, aquí, en Argentina, lo retrotraían a Mallorca pero había muerto sin decirlo. Sin contar cuánto había añorado él también, como los abuelos Marcial e Isabel, esa isla inolvidable.

Nos fotografiamos con los primos bajo un cielo y frente a un mar que lastimaban con un azul fortísimo. Sabíamos que eran ya los últimos abrazos hasta que la Vida dispusiera el reencuentro.

Después, todo fue tan rápido… la prima Magdalena, trayendo un primoroso mantelito en punto mallorquín bordado por su madre, como recuerdo y despedida, el almuerzo, el aeropuerto, más abrazos y alguna lágrima impertinente. Sebastià Jaume, jugando con el carrito de las maletas, Dolors y Pau en sus brazos, Juana, con Xisca y sus hermanas y la ilusión de un posible reencuentro en mi Argentina; también Toni, mi sobrino admirador de las montañas y Joana Aina, prometiendo venir pronto a visitarnos (esperemos que con sus papás y el Caballero), Sebastià, disimulando, inútilmente, sus emociones y hasta Joana Pol, una de las responsables de este camino a través de su Rincón Literario, con su libro, diciéndonos un ¡hasta siempre…! lleno de cariño.

El avión sobrevoló la isla y mientras la contemplábamos en el Mediterráneo, haciéndose cada vez más pequeñita, comenzaron a desfilar por mi corazón las imágenes que he dejado en estas letras. Las he escrito para ustedes: para los que me leen desde siempre y para todos y cada uno de los protagonistas de esta historia, comenzando por Jorge, mi compañero de la vida, en memoria de esos poquitos días en que pudimos decir “¡al fin solos!”. Las he escrito, además, en prenda de gratitud hacia todos los que nos brindaron su tiempo y su esfuerzo convertidos en el mejor recibimiento, en acogedor albergue, en agasajos, paseos, momentos felices, regalos y, sobre todo en el habernos hecho sentir plena y absolutamente en casa, tanto en Mallorca, como en la añorada Buhardillita madrileña.

Miquel, el mayor de mis primos en la isla, dice que mi presencia en sus vidas las ha revolucionado. Estoy de acuerdo, pero es éste un hecho que se da en absoluta simetría a ambos lados del Atlántico. Estamos aprendiendo todos a vivir entre dos mundos muy distintos…pero también, en este tiempo nuevo, a mirarnos a los ojos, a comprendernos y a disfrutar de todo de una manera diferente, más plena, más completa.

Jorge y yo ya nunca más podremos ser los mismos después de amanecer en aquella terraza inolvidable y de ver ponerse el sol en rojo, con la silueta del molino dibujada en el horizonte campaner. Esperamos que cada uno de los que ha seguido conmigo esta historia de mar y plenilunio, pueda llevar a su vida cotidiana el mensaje de alegría que he procurado trasmitir. El mensaje, en definitiva, de que cuando algo se desea fervientemente, se puede lograr, aunque parezca un imposible. Y yo deseaba así este encuentro definitivo con Mallorca, lo aseguro.

Todo queda para mí absolutamente claro. Luego de fotografiarme junto al nombre de mi padre, escrito en desafíos hace más de setenta años, en la piedra del molino familiar, y conservado merced al respeto que han tenido mis primos y habitantes de la finca para con nuestra historia, y a punto de convertirme en sexagenaria, he logrado lo que mucha gente no consigue nunca: saber quién soy y asumirme, de una vez por todas como una argentina y porteña cabal, pero orgullosa, muy orgullosa, de palpar junto a los suyos, la esencia misma de sus raíces mallorquinas y payesas.

Nunca mejor que ahora fueron dichas las palabras del poeta:

“¡Vida, nada me debes!
¡Vida, estamos en paz!*”

Cati Cobas

*Amado Nervo

2 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Todo ha sido maravilloso Cati. La foto tuya final es fantástica, resume todo; tú y la vida estáis en paz.
Un beso muy grande

Anónimo dijo...

Para Miguel y para mi,asido como volver a vivir aquellos dias inolvidables, ojala se repitan en un futuro muy prosimo en Mallorca o en Argentina,