En él, una niña muy bonita y muy rubia posaba, sonriente, con su hermoso traje de Primera Comunión, de pie, en el camino que dividía simétricamente el terreno. Detrás, las piedras de la casa familiar completaban el cuadro.
La niña era Juanita –y que me perdone hoy por el diminutivo- . Así se llamaba para mí. Hija de una sobrina del abuelo Marcial, se había convertido en la más eficiente corresponsal mallorquina.
Aquí, tan lejos, en Buenos Aires, yo imaginaba su colegio, sus juegos, su vida, mientras transcurrían nuestra infancia y nuestros primeros años de adolescencia. Su padre y mi abuelo ubicaban nuestras cartitas, tarjetas postales, Billíkenes y Tebeos dentro de los periódicos que cada tanto se enviaban, y al recibirlos, nosotras corríamos, contentas, a ver qué nos decía esa primita tan lejana.
Con la muerte del abuelo y mi comienzo de la Universidad no supe más de ella ni de su jardín, en el que caracoles y piedritas bordeaban los canteros y donde la disposición de plantas y de flores seguía una estética tan particular, tan mallorquina.
Pero nunca, nunca la olvidé y sé que a ella le ocurrió otro tanto conmigo. Su recuerdo tierno me acompañó siempre como la sombra de Don Marcial. Y siempre deseé saber de Juana, de mi Juanita que vivía cerca de donde el papá de mi mamá había nacido. Recupera
Al entrar a aquel jardín, y verlo ante mí en colores, al sorprenderme con las flores rojas de la entrada y al hallarme frente a la casa de piedra de dos plantas, tan característica de esa noble arquitectura sin arquitectos que puebla las Islas Baleares -hasta entonces blanca y negra- y verla desplegar sus dorados para mí, el corazón me latía muy pero muy, muy fuerte, presintiendo que los momentos por vivir serían inolvidables.
Juana y su familia, mía también, en realidad, nos dieron, al igual
¡Qué dulce bienvenida la de aquellos que provenían de las nobles raíces del abuelo! Afectuosos, amables, generosos en la mesa tendida, con un frito mallorquín inolvidable y unas espumosas ensaimadas que me supieron a gloria, mientras las acompañábamos con la tradicional leche de almendras de Marratxí (congelada por Juana desde la Navidad pasada cuando nos parecía imposible que mi sueño se hiciera realidad), en pleno verano mallorquín, todo regado abundantemente por las risas y bromas de los nietos de Apolonia que ponían frescura y gracia a la reunión. Para mí fue, simplemente, la más hermosa Navidad en pleno septiembre, podría jurarlo sin temor alguno.
Y como si lo contado fuera poco, también dimos un paseo por la zona ya que honrando a los
Riendo y llorando desplegamos fotografías y nos contamo
![](http://www.mallorcaweb.net/siurell/album2/imatges2/Siurell7_jpg.jpg)
Pero no perdemos la esperanza. Puede que dentro de un tiempo podamos celebrar en Buenos Aires una hermosa Navidad en la siguiente primavera dos mil nueve si, como desean, Juana y su familia se animan a “cruzar el charco”.
El dulce de leche sabrá a almendras quizás, o viceversa, poco importa. Mi terraza porteña se vestirá de fiesta para ellas y la salvia del abuelo florecerá sin duda aunque no sea ése el momento indicado por la Madre Naturaleza.
Cati Cobas
3 comentarios:
¡qué buenos los recuerdos que nos unen, que nos hablan de nuestra propia historia!
un beso
Hoola:
Nos ha encantado el relatado tu estacia entre nosotros fue breve pero intenso, nos ha encantado conoceros y por su puesto se está ya intentando organizar nuestro nuevo encuentro pero esta vez en tus tierras lejanas..
Un besito muy fuerte de parte de toda la familia, para vosotros, tu mama y tus hijos.
Para la familia Serra Capó: Fue para nosotros una inmensa alegría haberlos conocido y desde ya estaremos muy contentos si vienen a visitarnos...Un abrazo muy grande de Cati, Jorge y familia
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