domingo, septiembre 28, 2008

182-“Gran Hotel La Buhardiiiiillita” (Atendido por sus dueños)

Primera parte:

Un tiempo antes de volar a Madrid recibimos en mi correo electrónico la siguiente propuesta “turística”:

Madrid. Hotel La Buhardiiiiilita *****
Terraza con vistas a todo Madrid, suite nupcial con techo descubierto.
Restaurante Multicultural (5 tenedores)
Comentarios: son dos cocineros, Jorge H., que ha traído la influencia culinaria cubana a esta casa, y Angela C. que ha absorbido las costumbres culinarias de todos los países que ha visitado, y de los que no ha visitado también, por lo cual se puede comer desde sushi japonés hasta frito mallorquín, pasando por arroz, frijoles y malanga.
Servicios: Agua Caliente, conexión a internet, Wireless, calefacción, ventilador, minibar, televisión.
Guías turísticos y animadores incluidos en el precio.
Buffet de bienvenida.
Desayuno a la carta, tres estilos:
· Mediterráneo con influencias castizas: Pan con tomate, aceite de oliva y jamón serrano.
· Caribeño: guacamole y tortilla
· Castizo: chocolate con churros y/o porras.
Sala de fiestas: especialidad en coctelería cubanas y baile de salsa cubana. Posibilidad de profesor particular.


Imaginarán los lectores que era imposible desechar una propuesta tan pero tan atractiva, de modo que de inmediato nos apresuramos a confirmar la reserva en el mencionado hotel y la verdad es que no nos arrepentimos. A continuación, detallaré aspectos de nuestra estadía en el mismo, pero desde ya les advierto que es prácticamente imposible conseguir alojamiento en él a menos que sea uno invitado por sus dueños y que lleve más de una docena de tabletas de dulce de leche como parte de pago de los servicios. Por nuestra parte, esperamos haber sido lo suficientemente prudentes y corteses como para que si alguna vez retornamos a Madrid, volvamos a tener el privilegio de gozar de sus instalaciones.

Hablando en serio: nuestros temerarios sobrinos ofrecieron alojarnos en su casa, en su departamento ubicado en un vértice de la geometría madrileña que une los barrios de Tirso de Molina, Antón Martín y Lavapiés. Se trataba del último piso cubierto con tirantería de madera y tejas. Un sitio para soñar, a pesar de los cuatro tramos de lustrosos escalones de madera que había que trepar para llegar al cielo. Porque nos cedieron el cielo. Las estrellas nos visitaron las dos noches a través de una modernísima ventana colocada estratégicamente sobre nuestras cabezas mientras dormíamos. Si no fuera por el Jet Lag que tuvo a maltraer a mi viajero cónyuge, toda la estancia en La Buhardillita habría sido superlativamente perfecta. Pero alguna manchita tiene que tener la vacación más memorable y la diferencia horaria, sumada a una gripe bonaerense, hizo de las suyas hasta que la tarde del segundo día los gerentes del hotel llevaron a su nuevo tío a ver al médico y en pocas horas estuvo todo solucionado.

En el “mientras tanto” mañanero, dejamos a Cayian recuperándose, y nos dedicamos a caminar Madrid de a tres con tanto gozo que todavía hoy, a tres semanas de esos días, me parece sentir el empedrado del Barrio de las Letras bajo mis pies y, si me apuran, diría que esta semana, cuando camine por Avenida de Mayo y enfile por Florida me sentiré, a la vez, en la Calle de Preciados acompañada por “los chicos”. Por la generosa voz de Ángela y su forma de “decir” la vida buscando siempre que puede una sonrisa, hacer que quienes están con ella pasen un buen momento, un momento al que con una observación, una broma, una salida, logra convertir, la mayoría de las veces, en memorable.

¡Qué hermoso que es el centro de Madrid, amigos! Me han fascinado sus calles, en que el límite entre la acera y la calzada no está dado por un salto en desnivel sino por pequeños pilones que separan. Y las farolas y los balcones acristalados y…Y la alegría que se respira en ellas.
El tiempo no daba para museos, pero mis cicerones deben haber tenido que apelar a sus reservas espirituales, no lo dudo, para soportar mis ¡oh!, mis ¡ah!, y mis ¡uy! a cada paso. Y mis entusiasmados comentarios mientras paseábamos por el Palacio Real entre los invitados a la boda de Leticia -igualito que en el Hola, pero en vivo- y por los jardines de Sabatini, que me recordaron un poquito al jardín del Museo Larreta, acá, en Belgrano. Mientras descubría al barquillero vestido de chulapo como en las zarzuelas porteñas. El pobre Jorge de mi Ángela debe haber recurrido a toda su despensa de simpatías y como pinta (y bien lo hace, ya les contaré en un aparte) se habrá pintado la mejor sonrisa porque fue un encanto, estoico y agradable, al llevarnos, inclusive, al templo de Debod, regalo de Egipto a España, en compensación por la ayuda española, tras el llamamiento internacional realizado por la UNESCO para salvar los templos de Nubia, principalmente el de Abu Simbel, en peligro de desaparición debido a la construcción de la presa de Asuán.

Eran casi las dos de la tarde cuando desembocamos en la Plaza Mayor y mi corazón dio un brinco de emoción y otro de pena al no poder compartir con mi marido ese lugar en el que tantas veces había estado con la imaginación. Además de la escala y proporciones arquitectónicas que lo convierten en paradigma, de la historia del lugar, con corridas de toros, juicios de la Inquisición y ejecuciones de condenados a muerte incluidos, la estatua ecuestre de Felipe III, es el sitio más habitual de encuentro de mis compañeros de foro, y yo siempre la había mirado por la pantalla de la computadora pero ¡estaba ahí! A los pies del monumento y a punto de beber mi primera “caña” (cerveza de barril en vaso pequeño). Hubiera dado saltitos de alegría como si tuviera cinco años.
Los dueños del Hotel resolvieron aplacarme. Y lo lograron en La Torre del Oro, un bar andaluz delicioso donde probé mi primer gazpacho (me encantó) y comí mi primera tapa. ¡Menudo debut, amigos! No pude evitar contarle a quienes allí atendían que era yo argentina y debo haber puesto mucho entusiasmo al hacerlo porque por la noche, cuando mi Jorge ya parecía haberse mejorado un poco, regresamos al lugar para que por lo menos pudiera conocer la Plaza. Y fui recibida con un: “¡Hola, argentina!” que me entibió el alma y me hizo sentir bien recibida.


Sin duda, los propietarios de La Buhardillita saben hacer todas las cosas inherentes a su oficio, aún en lo relativo a guiar a sus pasajeros a través de la ciudad. Y les aseguro que he degustado muy pocos buffets de recepción como el que estos jóvenes hoteleros tuvieran a bien dispensarnos a nuestro arribo a su establecimiento, digno de la Michelin y cuanta guía gastronómica u hotelera quieran ustedes consultar.

(Continuará)

Cati Cobas

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué buena publicidad!, después de leer el comentario del hotel, me apunto el nombre. Sabes si tienen página en internet? y creo que haré reserva de habitación si no tienen colapsada la habitación con vistas.
un beso.

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Te está quedando bordado Cati hasta la foto con Joana, no te falta detalle... me lo estoy pasando bomba con tus crónicas.
Un besin

Anónimo dijo...

Estimado anónimo

En la actualidad no tenemos página web, puesto que nuestra estrategia publicitaria se basa en el boca a boca.

Respecto a la posibilidad de realizar una reserva, háganos la pelota, y a partir de allí vemos lo que podemos hacer....

Sldos cordiales, la gerencia.

Anónimo dijo...

Me hace muy feliz que te sintieras feliz, pues ese era nuestro objetivo..., y ni siquera eso paga la milesima parte de lo que has provocado en todos nosotros...

Una besada molt gran per sa meva tieta cap de fibló!!!

CATI COBAS dijo...

Gracias a todos por leerme. Realmente es para mí un disfrute escribir y saber que lo hago para ustedes. Cati