jueves, agosto 13, 2009

227- La yapa

Preámbulo: “El quechua o quichua es una familia de lenguas estrechamente emparentadas originaria de los Andes centrales que se extiende por la parte occidental de Sudamérica. Es hablada por más de nueve millones de personas y parece no estar relacionada filogénicamente con otras familias conocidas, por lo que es considerada la decimoquinta familia de lenguas más extendida en el planeta y la segunda en América, después del castellano”.

Del quechua, que tanta influencia ejerce en este Río de la Plata y dedicado, con mucho cariño, a Rosa M. Arroyo, de Madrid…

La yapa

“No entiendo por que razón tu corazón se me escapa,
y tu boquita me mata,
cuando me dices que no,
y aparte del corazón, te pido “la yapa””.

Letra y música de “Los nocheros”

Yapa, llapa o ñapa, mis amigos españoles preguntan siempre por esta palabrita que para mí es mágica porque combina la generosidad con la picardía, la dádiva, con el “marketing” intuitivo de gauchos e inmigrantes decimonónicos y del siglo veinte.

Yapa significa ayuda, aumento, añadidura, algo que se da gratuitamente y también, en ingeniería, el azogue que en las minas argentíferas de América se añade al mineral para facilitar el término de su trabajo en el buitrón.

José, el almacenero de mi infancia constituye para mí, siempre golosa y afecta a disfrutar de las cosas ricas, el paradigma de la yapa. Imaginen los lectores a una niña de cuatro o cinco años, que no alcanzaba la altura del mostrador, acompañando a su mamá en la compra. Y a José, llegado en los años cincuenta a Buenos Aires desde Pontevedra, calvo, menudo, ojitos zarcos, envolviendo fideos, harina, azúcar en papel de estraza y cerrando los paquetes con unos simpáticos nuditos que se obtenían al dar vuelta el envoltorio sobre sí mismo, en una cabriola llena de pericia y dignidad.

Mamá pagaba lo recibido y ahí venía lo mejor. José anunciaba ostentosamente: “Señora Aurora: no se vayan sin la yapa". Era el momento preciso en que mis glándulas salivales comenzaban a funcionar con la promesa de unas aceitunas verdes, un puñado de maníes o papas fritas o, tal vez, si la compra había sido muy importante, una pequeña tableta de chocolate Milkibar. De ese modo, José se aseguraba el regreso de la clienta y mi eterna simpatía por todo lo que proviniese de la península y más precisamente de las provincias gallegas.

Claro que nuestro gentil almacenero no era la excepción en aquel Buenos Aires del siglo pasado, ya que muchos comerciantes empleaban el recurso descripto. La costumbre venía de la época de las pulperías de campo y era, a no dudarlo, una excelente estrategia de mercado que, seguramente, ya estaba incluida en el cálculo de costos de cada comerciante. Pero creaba en el cliente la ilusión del “regalito”, de la “atención”, del recibir algo porque sí, por el hecho de ser cliente fiel de un comercio.

La yapa ya no existe como tal en Buenos Aires. Tampoco los almacenes comandados por gallegos como José. Los supermercados chinos han reemplazado aquellos comercios con estanterías de madera y botellas prolijamente alineadas, con alacenas vidriadas y balanza de platillos. ¡Con libreta de hule negro para los que debían recurrir al “¿me lo anota?” !

Pero la palabra sigue empleándose por aquí. A veces, en el mismo sentido original y otras, para contar alguna desgracia extra. Por ejemplo, cuando alguien dice: “estamos a fin de mes y, de yapa, me cayeron todos mis cuñados a comer” o: “teníamos poco con el perro y, de yapa, la vecina nos dejó al gato para que se lo cuidemos por el fin de semana”. Esas “yapas” no son tan lindas como las de mi infancia, con toda seguridad. Aunque también hay una yapa de carácter gerontológico porque están, no quiero olvidarme, los que “viven de yapa”, cuando todas las previsiones anuncian la inminente llegada de la Parca, que felizmente, nunca llega.

Sin embargo, entre los cambios que propondría para estos tiempos, está el regreso de la yapa. Pero no concreta y material, necesariamente. La que quisiera es la de hacer las cosas todo lo bien que se pueda y “algo más”, porque sí, porque nos complace dar de nosotros lo mejor, lo máximo posible, para alegría del otro. Y, sobre todo, para satisfacción de nosotros mismos.

Cati Cobas

http://www.flickr.com/photos/carlospauluk/

(Fotografía pendiente de autorización)

3 comentarios:

Chepsy dijo...

Hola Cati, sí así es, la yapa era una institución, una yapa sigue siendo los bises de los conciertos...,el "algo más para solaz de los otros" Todo tenía yapa y con los supermercados, orientales u occidentales, se acabó, como con las grandes tiendas, ahora "la caja" sustituyó al polifacético almacenero que tenía la atribución y la capacidad de darte algo más si quería. La "yapa" se perdió cuando se perdió la relación y la comunicación. Hermoso hábito en el que, como vos decís, el comerciante, como en las mil y una noches, hacia el gesto que te dejaba enganchado. Ahora que me doy cuenta, yo que compro en un puesto del mercado la verdura y la furta, siempre en el mismo, porque es el único ecológico, a veces, sin saber la dueña que lo está haciendo, me da una yapa...es una relación como la del siglo pasado...¿Sabés? Me cuesta aceptar tu propuesta, la de la yapa en el sentido que lo usás al final, no porque no coincida con tu anhelo, sino por asimilarlo a la palabra yapa. La yapa es un plus de algo acotado, que tiene un límite. Quizás en las relaciones humanas no lo haya, cuando das más, corrés ese límite.
Cati, lindo homenaje a la yapa y
felicitaciones por lo del foro Iceberg Nocturno, no me extraña, el relato del miedo era buenísimo.
Besos
Miriam

CATI COBAS dijo...

Me parece precioso tu comentario, Miriam. Y comprendo que tu verdulera te recuerde nuestra "yapa". También creo que podçes tener razón en lo que decís con respecto a las relaciones personales. Gracias por estar siempre, Miri,,,Un besito de Cati

RosaMaría dijo...

Oh! Un grupo de amigas disertando sobre la yapa... ¡No puedo faltar! También recuerdo la yapa pero en la misma especie: "¡Va un kilo de galletitas con yapa!" Decía mi almacenero...o de pan, no como ahora que se cobra lo que marca la balanza y listo, allá iba tal vez el sabroso corrosco o culo del pan que era el que hacía sobrar esos 20 ó 30 gs. que iban de más: "¡Va con yapa nena!" y yo me iba a casa comiendo ese culito de pan crocante, caliente y sabroso. Besos chicas y gracias por el recuerdo Caty.