lunes, diciembre 01, 2008

204- El almendro florecido

…………………
“Aquel que brotó
y el tiempo pasó....
Mitad de mi vida
con él se quedó.
Hoy bajo su sombra
que tanto creció....
Tenemos recuerdos...
Mi árbol y yo.”

“Mi árbol y yo” Letra y Música de Alberto Cortés


Desde que nos encontramos, en el año 2007, con Sebastià, mi primo profesor, catalanista, agricultor y poeta, dedicamos una parte de nuestro tiempo a armar nuestro árbol genealógico con valiosos aportes realizados por Miquel, el mayor de los primos mallorquines. Él atesoraba nuestra historia, y la entregó con generosidad absoluta para que el arbolito pudiera crecer como se debe.

Entusiasmada por los logros con mi familia paterna, decidí hacer otro tanto con la de Aurora, mi mamá, y así fui recuperando a Juana y su familia, como feliz herencia del abuelo Marcial, y a Apolonia, sobrina nieta de la abuela Isabel, aquella que viniera a América con su pañuelo de seda con claveles y su eterna nostalgia mallorquina.

A partir de ahí, y para que nuestra visita a la isla fuera definitivamente inolvidable, mi primo, el Mago, tomó su varita (que a veces se transforma en la de director de orquesta) y dirigió para nosotros una fiesta definitivamente perfecta. Perfectísima.


Todo empezó con la chistera y el conejo. Mejor dicho…una conejita (y no de Play Boy, ojo…). No hacíamos más que llegar a Campos cuando se nos acercó Catalina, mi prima radicada…¡en Suiza! , de donde voló para participar en esa cena que su hermano había pergeñado hasta el mínimo detalle. Imaginen, amigos, los abrazos, las sonrisas, la alegría de estar juntas tal como lo habíamos imaginado a través de nuestras cartas. La dicha de reconocerse en alguien a quien uno no vio nunca pero que se siente tan cercano.

No me había repuesto todavía cuando al llegar al restaurante, ahí mismo, en plena acera, comienzo a ver rostros femeninos que, a pesar de no ser conocidos, me recordaban a la abuela Isabel. Y no era uno sino varios. La picardía de unos ojos, la sonrisa de otro rostro, aquella nariz un tanto respingada, el color de la tez. De la familia de Isabel no esperábamos más que a Apolonia…¿Quiénes eran aquellas que tanto me recordaban a la abuela? Comenzaron a surgir los nombres y el asombro consiguiente. ¡Cuatro primas hermanas de mamá! ¡Cuatro hijas de hermanos de la abuela Bet habían venido a conocernos! ¡No me daba tiempo a abrazarlas, a disfrutar de esa alegría! Jorge contemplaba la escena con ternura. Habíamos viajado tantos miles de kilómetros pero ¡qué gloria la de ese instante! A ellas y sus esposos se sumó Apolonia, la sobrina con quien mamá mantuviera contacto epistolar hasta enfermarse, con su familia, por supuesto.

¿Cómo no dar gracias a la Vida? Estaba pensado cada detalle, lo aseguro. Porque hasta la música nos dio una bienvenida sumamente original, verán ustedes. Al entrar al salón, que era precioso, escuchamos una voz muy conocida. ¡Sí! ¡Mi admirado Ignacio! Ignacio Copani cantaba una tarantela familieramente argentina:

“La familia es un típico clan
comparte la risa, la bronca y el pan.
La familia es la copia más fiel
parece la tuya, la mía y la de él.
La familia: un pequeño país,
si está bien unida puede ser feliz.
La familia te invita a pasar
en las buenas y en las malas
siempre va a hacerte un lugar…”


Y ahí nomás aparecieron todos… Mis primos Covas y sus familias, Juana con sus hermanas, acompañadas por Xisca, la bella muchacha que vivió junto a ellas y a nosotros cada uno de los momentos que pudimos compartir y “los Serra”, la familia de mi abuela paterna, que son verdaderamente multitud y que también quisieron estar presentes en esa noche inolvidable.

¿Cómo es descubrirse en otros? ¿Cómo se cuenta la sensación de reencontrar el rostro de tu padre en el del papá de Tomás, mi primo de chats y complicidades cibernéticas? ¿Cómo hablar de gestos, de miradas, de tonos de piel y de sonrisas recién amanecidas pero conocidas desde siempre?

Un regalo de la Vida. No hay otra forma de definir lo que vivimos aquella noche, en Campos, con la luna llena que nos espiaba por la ventana.

Y…¿Saben una cosa? No lloré una sola lágrima. Fue tanta la dicha que sólo risas y felicidad me despertaba cada instante.

Sé que la comida fue exquisita. Lo sé porque Jorge me lo dijo y porque me di cuenta al saborearla, pero mi buen sabor de boca era “de adentro”. Desde el fondo de mi corazón agradecido. En recompensa, convidamos a todos con un souvenir argento, una tableta de dulce de leche, con una tarjetita alusiva, que Sebastià Jaume nos ayudó, con entusiasmo, a disponer y que fuera recibido de tal modo que consideramos seriamente en la posibilidad de convertirnos en exportadores de ese manjar tan rioplatense.

Hubo brindis y bellas palabras que mi Robert dirigiera al auditorio y también otras, muy sentidas de Sebastià, proponiendo una etapa nueva, de amistad y reencuentro, para todos.

Cuando me llegó el turno solamente pude deshacerme en gracias. En el recuerdo de aquellos que de Mallorca partieron para construir su vida en este lado del charco y que me dejaron tanto amor por su isla, por su gente. Por esa gente que esa noche había decidido regalarme, regalarnos, su presencia, para trazar, simbólicamente, un árbol de amoroso reencuentro.

Hace pocos días, recreándome en las fotografías, descubrí a los orbes que sobrevolaban las escenas y pensé que realmente debían ser los ángeles de todos los que nos antecedieron los que esa noche estuvieron ahí, presentes. No hay otro modo de interpretar la luz en burbujas que sobrevuela las imágenes.

Y eso fue con seguridad lo sucedido.

Tal vez por eso he decidido contar desde un almendro. Desde el árbol que define la esencia misma de Mallorca.

Es que el almendro del árbol familiar trasplantado a América floreció en la Roqueta esa noche, en el blanco más puro que se pueda imaginar, aunque en teoría no fuera ése su tiempo de donarse en flor, ya que el reencuentro ocurrió, paradójicamente, a finales del verano, en una noche de luna redonda y luminosa, una cálida noche de mediados de septiembre, en la que nadie -ni los que ya no podían estar de pie junto a nosotros- quiso perderse, por nada del mundo, un instante para siempre.


Cati Cobas

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay quien me dice que todo lo que te pongo en el comentario es bonito, pero es que despues de leer lo que escribes, no se me ocurre nada más que decirte, que precioso relato de aquellos días
Esta "quien" es la que tu te inmajinas

CATI COBAS dijo...

Muchísimas gracias, "Madona". Un beso gigante de na Cati