jueves, octubre 09, 2008

187-De cómo Eiffel cumplió los sueños de Nemrod


“Mas Yahveh descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres (con Nemrod como jefe) estaban levantando y dijo: «He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros». Así, Yahveh los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad”...

Participar de un “city tour" es sobrevolar apenas una ciudad sin detenerse. Contemplar, a vuelo de autobús, sus sitios emblemáticos y quedarse con las ganas de tener más tiempo y más “parné” para hacerla nuestra. “Algo es algo”, nos dijimos, para consolarnos, luego del deleite de Montmartre y de contemplar mansardas, boulevares, parques y museos, Bastilla y Tullerías, así como los puentes sobre el Sena y sus misterios. Cuando el autobús nos dejó al pie de la Torre Eiffel, nos embargaba la auténtica voluntad de regresar algún día a esa ciudad y desandar sus calles en tiempo y forma porque ese anticipo tan veloz nos gritaba cuánto había en ella para conocer, para ahondar, para extasiarse.

Claro que, como los buenos turistas en que ansiábamos convertirnos, no podíamos evitar una visita a La Torre. Sí, porque la Eiffel es “La Torre”. Puede haber muchas famosísimas en todo el planeta, pero ninguna con el glamour, con el “charme” de la parisina que, a sus líneas elegantes, a su estructura de avanzada para su tiempo, agrega el carácter ecuménico que la distingue. ¡Y pensar que los franceses quisieron destruirla, luego de finalizada la exposición que la contó como exponente allá durante la Revolución Industrial!

En un mediodía deslumbrante, la ciudad, el río, los edificios, se iban abriendo en abanico azul, blanco, gris y verde ante nuestros ojos asombrados. Aquí, los Campos Elíseos; allí, el Sagrado Corazón, el Panteón, la Magdalena, Montparnase. El París de siempre y el más nuevo, con sus torres ultramodernas.

A nuestro alrededor: la humanidad. Niños con sus padres, que trataban de hacerles comprender la importancia de lo que estaban viviendo en tiempos en que la multimedia aplaca los sentidos; gente ¿grande? como Jorge y yo, que lograban por primera vez estar ahí, y dudaban de que fuera cierto; parejitas de recién casados, disfrutando al máximo el momento, y contagiándonos de frescura e ilusiones. Todas las edades, los colores en la piel y vestimenta, todos los idiomas reunidos en ese lugar tan especial del planeta.

Sentimos que Eiffel había logrado con su torre lo que Dios, en su momento, le destruyó a Nemrod. Era Babel en el siglo XXI, a no dudarlo, pero ese designio divino de reinar mediante el ardid de la diversificación de lenguas, quedaba anulado en un instante absolutamente mágico por el embrujo de París. No importaba el idioma, el color, la fortuna o la nación desde la que se había llegado. Las miradas, la actitud de todos era absolutamente universal, humana, magnánima y benévola. Le “joir de vivre” ( el gozo de vivir) se había apoderado de los mortales que encaramados en el cielo azul de la ciudad, pisaban los hierros que Eiffel diseñara, mientras vivían el sueño de Nemrod durante un instante inolvidable.

Cati Cobas

1 comentario:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Los tours a lo japo (de japoneses) me chiflan, me aficionó mi Pepe porque sostiene que es el 1º pulso que has de tener de una ciudad. Después, ya te pierdes en los lugares que más deseas estar y conocer.
original entrada de este capitulo y muy bien hilado con lo que deseas contar.
Cada vez que miro a Jorge, más me gusta. le costó arrancar, pero una vez que dio el paso, su satisfacción rezuma por sus poros.
te quiero mucho, amiga mía. Gracias por compartir estos pedazos de tu vida