lunes, octubre 06, 2008

186-Despertar en Montmartre

“And I think to myself what a wonderful world”

(Y me digo: “¡Qué mundo maravilloso!”)

(De “What a wonderful world” Bob Thiele y George David Weiss)

Jeans, camisa a cuadros y un sombrero digno de John Wayne. Al pie del Sacre Coeure, a la derecha, el rubiecito vestido de vaquero cantaba, al compás de su guitarra, esa canción en el preciso momento en que descendíamos del funicular. El barrio de Montmartre y la gente que en él trabajaba (vendedores, mozos, camareras), se desperezaba envuelto en una luz que se opacaba apenas por una niebla muy sutil. Levantamos la cabeza y allí, frente a nosotros, : las cúpulas de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, tan blancas, tan majestuosas, tal y como las habíamos soñado. Y al girar: París entera, a nuestros pies, mientras el vaquero nos decía que el mundo era maravilloso. Y lo era. Además de ser el vaquero-cantante, por supuesto, un genio de la estrategia, porque miren que ponerse en ese sitio y cantar esa canción una y otra vez… ¿Quién no le iba a dejar una moneda por la dicha dispensada, por el valor agregado a un momento único en la vida de quienes no sabíamos si alguna vez volveríamos a pisar esa terraza?

Perfecta. Perfecta nada más, sin excepciones fue la mañana en el “Monte de los Mártires”. Y la verdad, no hicimos juego con la denominación original de la colina. Nos sentíamos plenos, nada mártires mientras nos deslizábamos, golosos, por el empedrado, hacia la Place du Tertre, imaginando a Toulouse Lautrec por esa misma calle, regresando a su casa alguna mañana hace muchos años. Las callejuelas estrechas, esos muros cubiertos de geranios, los techos pintorescos, las casas de venta de souvenirs se sucedían, pero cada rincón era diferente, la óptica cambiaba y todo constituía objeto de alegría. Una puerta pintada de verde, un gato, aquella enredadera osada. El letrero pintoresco, que se balanceaba pendiendo de cadenas. Y el cielo, ese cielo que ya era completamente azul y despojado de la primera opacidad de la mañana.

La Place du Tertre, sólo con pintores, sin japoneses ni chinitos en fila india, sin alemanes imponiendo su volumen por delante de la escena, fue otro extra ganado a puro levantarse al alba. Los pintores y nosotros. Ellos, desperezando las propuestas de venta y nosotros, pidiendo que nos pellizcaran para ver si era verdad que estábamos ahí en ese espacio pequeño y a la vez universal, mientras contemplábamos cada puesto que, por más que intentara vendernos algo un tanto vulgar o a contramano, nos parecía inmensamente bello. Tan bello como esa plaza, que es un cliché de París como no hay dos pero a la que es imposible no amar desde el primer momento.

La plaza olía a café recién preparado en alguno de los bares aledaños. Y ahí, precisamente ahí, un acordeón comenzó a sonar muy despacito. Nos dejamos envolver por sus acordes, por esa música, también cliché de Francia desde siempre, aún sabiendo que la melodía formaba parte del marketing, pero… ¿Qué importaba?

Si Montmartre había sido nuestro esa mañana. Jorge y yo habíamos vivido un momento de esos que los humanos podemos ubicar en las reservas del espíritu para cuando la vida nos regale algún tiempo en que la letra de la canción del John Wayne del 2008, al pie del Sacre Coeur, no nos parezca tan certera como en esa mañana de septiembre.

Cati Cobas

2 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Buenos días mi Cati.
Montmartre tiene ese encanto especial que has visto en películas y cuando estás allí en carne y hueso, te das cuenta que es verdad lo que cuentan de ese barrio en las pelis.
Ayer conté a Pilar que nada más llegue a Holanda se meta a leer estas crónicas, no tienen desperdicio. Si tú normalmente tienes sensibilidad para contar lo cotidiano. Esta experiencia tiene por narices que sacar de ti las mejores letras.
Y no nos estás defraudando...
Otra cosa, el domingo vote en un chisme sobre varios tipos de blosgs y voté entre otros por el tuyo; lo puse en intimo y personal.
Un besote y buen día

Anónimo dijo...

De Miriam Chepsy:
Hola Cati, esta crónica de Montmartre consigue realmente que compartamos la emoción que tuviste en esos momentos. Como te dicen por aquí, estás sacando tus mejores letras de la chistera de tus emociones.
Hay un libro que se llama los diez diás que conmovieron al mundo. Quizás un título parecido tengan que tener estas crónicas de tu viaje al viejo mundo, tan opòrtuno además, no sólo porque era tu momento y el de jorge y el de tu familia, sino porque, aunque estén en la puntita sur del globo, estarán viendo que el mundo, después de ahora, ya no será el mimsmo....
Besos,
Miri