sábado, octubre 04, 2008

185-“Ici”: ¡París! (O de cómo disfrutamos de nuestra primera caja de bombones europea)

¡Sí! Sepan, amigos, que, a pesar de que sólo estuvimos dos noches y un día en la Ciudad Luz, vivimos esas horas como alguien muy goloso a quien le obsequian una caja de los más finos bombones. Cada calle, cada edificio, cada lugar, significaba para mi marido y para mí esa sensación tan placentera que se experimenta cuando se quita el papel plateado, y la lengua y paladar se dedican a saborear los chocolates en sus variantes infinitas.
Era estar inmersos en las ilustraciones de los libros de nuestra querida biblioteca de “la facu”, a los que habíamos tenido que recurrir desde tan jóvenes como exclusiva forma de aprender sobre los espacios que el hombre concibiera a lo largo de los siglos. Y nuestros corazones latían muy fuerte en emociones. Quizás, si hubiéramos tenido muchas oportunidades de vivir experiencias como las que narro, éstas ahora carecerían de importancia, pero… ¡Era nuestra primera vez en París, a la que tantas veces habíamos recorrido en sueños y a la que habíamos estudiado para sortear tantos exámenes!

Comenzamos a quitar el papel celofán de nuestra caja en el mismo momento en que la boca del Metro nos depositó en la Rue de Rivoli, donde debíamos contratar una recorrida por la ciudad para el día siguiente. Había tiempo de sobra, según nuestro argento criterio, para llegar a la agencia respectiva. No contábamos con que la numeración de las calles parisinas no les asigna el cien en cien, como ocurre en Buenos Aires, lo que nos hizo trotar debajo de esos arcos que tal vez vieron pasar a las huestes napoleónicas, por cientos y cientos de sudorosos ¿kilómetros? (y si no eran muchos cientos, por lo menos nos lo parecieron) hasta que finalmente pudimos arribar al objetivo. Tarde. Muy tarde.

Eran más de las nueve de la noche, y no quieran imaginar nuestra cara de desazón al poner “la ñata contra el vidrio” de la agencia y darnos cuenta de que ya no se atendía al público. Debíamos dar tanta pena que un joven venezolano se apiadó, y nos vendió lo que buscábamos, haciendo honor a la hermandad latinoamericana más genuina. A propósito, aprovecho este momento, en que menciono a nuestro gentil salvador, para hacer un “aparte” dedicado a cada uno de aquellos seres anónimos que ayudan y acompañan a los viajeros. A la preciosa y conversadora alemanita del RER en París, recién llegada de sus propias vacaciones, al uruguayo que nos explicó cómo programar las máquinas del metro, a Karim, el recepcionista del hotel, cuya gentileza iba más allá de la propina y a la peluquera catalana, una “terapeuta” más que eficiente en las horas previas a mi llegada a Mallorca. En síntesis, sirva esta digresión para agradecer a todos esos ángeles que ponen humanidad al servicio de sus congéneres, más allá de las barreras del idioma, de las costumbres y prejuicios.

Y ahora, continuemos con nuestro primer y delicioso bombón parisino….

…………………………………

Felices, con los boletos para el día siguiente en mano, comenzamos a caminar cuando de pronto… ¡Sí! ¡La Place Vandôme! En esa noche de domingo se veía casi desierta. Pero resplandeciente y exclusiva.
¡Cuánta admiración nos despertó la capacidad de Jules Hardouin-Mansart y
Germain Boffrand, quienes hace más de tres siglos, a fines del 1600, concibieron la escala de un sitio como el que nos rodeaba! ¡Cuánta!, digo, ya que era imposible no disfrutar de las proporciones del espacio octogonal tan bien pensado, de la forma de rematar los edificios, precisamente con “mansardas”, esas techumbres inclinadas que honran con su nombre a Mansart; del piso adoquinado, que ponía una nota especial a ese lugar de tanto refinamiento. La columna espiralada saludaba cada marquesina de renombre, y nosotros no nos dábamos tiempo a espiar por las vidrieras iluminadas…Aquí, alhajas dignas de figurar en un museo, allí: cristales, los más finos. También, ropa inalcanzable y carteras que harían delirar a mi Mercedes. Esa fue la segunda oportunidad en que la luna, casi entera, nos saludó desde lo alto. ¿Querría, tal vez, compartir el dulce encanto de nuestra caja recién estrenada?

Algo de eso debió haber porque volvió a asomarse detrás del Café de la Paix en el preciso instante en que Jorge y yo vivimos otro momento inenarrable: ¡estábamos ante la Ópera de Garnier iluminada!
Les diré que habitando la ciudad que alberga al Teatro Colón, no puedo decir que nunca haya estado frente a una obra de parecidas dimensiones y de características que no son tan diferentes de esa obra magistral, pero estábamos en la noche parisina, contemplando la magnificencia del espíritu humano hecha bronce, mármol, talla y luz. Una verdadera delicia para nuestro entusiasmo y nuestra alegría.

Claro que toda caja de bombones tiene, en algún rincón, ése, de maní con caramelo, que puede llegar a quebrar algún desprevenido diente, y eso ocurrió con París porque esa noche terminó para mí con un buen susto devenido, felizmente, en carcajadas.
Tarde ya, y vista la necesidad de alimentar el cuerpo, además de nuestro encandilado espíritu arquitectónico, decidimos hacer algo imperdonable: recurrir al viejo y remanido Mac, una manera fácil y no tan cara de resolver el tema. ¡Cuál no sería mi estupor en el momento de ingresar al toilet de damas y encontrarme con un fornido eslavo en pleno arreglo frente al espejo! Intenté en francés, luego en inglés y hasta apelé a mis remotos recuerdos del Göethe Institute para pedir que saliera del recinto. Todo inútil. Me pregunto en qué hablaría el sujeto porque no había forma de que entendiera que ése era el baño de señoras. Finalmente, apelé al idioma universal: recurrí al guardia de seguridad, un africano morrocotudo, que fue mucho más elocuente que quien esto escribe, y logró despejar la zona sanitaria de caballeros inoportunos. No quieran imaginar la cara de los parroquianos en el momento en que me vieron salir, triunfante, del lugar después de haberlo conquistado, mientras me sentía una Juana de Arco sudamericana reivindicando su derecho al excusado.

“Selene” nos saludó otra vez desde los arcos del Boulevard des Italiens, y seguramente sonreía, complacida, augurando sólo más bombones deliciosos para el día siguiente.

Cati Cobas

3 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Mirá, como días vos, estas cronicas ñlas tiene alguien que publicar en papel. Has logrado Cati y no esl amor de amiga la que me induce a decirte esto, has logrado que tus letras estén vivas, que nos transporte con ellas a todo el que se pierde en estas pequeñas crónicas que son miniaturas muy valiosas.
Quiero más...
Ah, que orgullosa me siento de ti, es sentir que lo que tú logras, lo logro yo un poquito.
Estás compartiendo de las mayores bellezas que nos regala la vida Cati; VIVIR EN TI

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Soy yo otra vez...
He votado por tu blog, dependiendo la categoría, en los premios bitacora.com
Tu blog es delicioso y muy bien escrito y aunque no te lleves el premio, soñar es gratis, al menos te pueden conocer
Buen domingo.

Anónimo dijo...

Hola Cati, me inscribí y te voté en http://Bitacoras.com en la sección Blogs personales. Dime en qué sección te votó María Ángeles, porque creo que es en otra. je, tenemos que hacer campaña.
Allí al poner tu nombre aparecés, pero no está el enlace.
Me encantó lo de París-caja de bombones. Besos, Miri