miércoles, enero 02, 2008

158- Humanidad


Treinta y ocho grados a la sombra son muchos grados para terminar el año. Así amaneció Buenos Aires el 31 de diciembre último.

Tal vez por eso las calles de Parque Chacabuco están casi desiertas, como si todos los vecinos hubieran agotado las pilas para Navidad y no quedara “resto” para celebrar el Año Nuevo. No obstante, tengo que comprar algunos regalitos para quienes vendrán a visitarnos el primer día del 2008.

Rostro a rostro voy destapando humanidades mientras me invade la impresión de que el cansancio desnuda mejor las almas o me pone a mí con una capacidad diferente para sentir su esencia.

Aquí, el tendero que mira con desesperación toda la mercadería que no ha podido vender hasta el momento. Sus ojos pasean por la ropa que comienza a verse ajada al ritmo del calor inaguantable. Su voz se dirige a la empleada con un tono casi rústico. Y la muchacha calla, sabiendo que no hay otro remedio más que ése: el del silencio para seguir llevando unos pocos pesos que sirvan para dar de comer a los pichones.

Más allá, el carnicero se trenza en una charla informal con su clienta mientras vuelca en el mostrador la vaca entera, que contribuirá a llenar el aire de mi barrio con un olor a asado delirante. Se lo ve satisfecho: las heladeras están casi vacías. Él conoce su oficio y sabe que la carne tierna siempre tendrá dueño. Toma un almanaque autoadhesivo y lo entrega a la mujer con gesto cordial de bienvenida para la próxima compra en el siguiente año.

Mientras tanto, la florista brasileña tiñe de perfumes densos la esquina de Asamblea y Centenera. Se ha vestido de blanco riguroso, como para honrar en nuestro río marrón la tradición de su tierra, y arrojar los pétalos de sus flores en honor a Iemanjá, la "orixá" protectora de los océanos.

Un poco más adelante me topo con el frutero peruano que hace lo imposible por seducir a una preciosa y jovencísima muchacha. No debe querer pasar solo el fin de año, pienso, y le dirijo una sonrisa comprensiva.

Cuando llego a la mesita de la uruguaya que vende collares en la puerta de la panadería ya me siento plena de la humanidad que me rodea, y eso hace que la mire con doble ternura y no le regatee un cobre de aquello que le compro. Nos miramos hondo, como si pudiéramos leernos los dolores. ¡Feliz Año!, le digo, y ella me responde del mismo modo sin mediar otra palabra pero habiendo leído nuestras vidas en esas dos que nos dijimos.

Ya mis farmacéuticos, dos hermanos cercanos a las siete décadas, buena gente por donde se los mire, a pesar de su aire siempre contrariado, se aprestan a cerrar. “Esta tarde no quedarán ni los perros en la calle, señora”, me dice el más formal, refunfuñando, como siempre, detrás de sus bigotes anticuados. ¡Buen Año! Es el deseo mutuo. Cierro la puerta pensando cuánto bien reparten desde su pequeño reducto, que hace las veces de sala de primeros auxilios improvisada en nuestro barrio.

Podría seguir por mucho tiempo desgajando humanidades vecinales. Pero baste con estas que les he contado para que sepan cómo es un 31 de diciembre por aquí, con treinta y ocho grados a la sombra.

Al pasar por la inmobiliaria del amigo Alberto encuentro a su tía barriendo la vereda. Este año ha muerto su hermano...¿Qué le digo?
Rompiendo las distancias, me permito mirarla a los ojos, que ya brillan, y la abrazo fuerte diciéndole al oído: “Sé que este no ha sido el mejor año para usted, ¿verdad?”
La tía de Alberto me responde estrechándome más fuerte, como si fuésemos de la familia, para retomar de inmediato la compostura aferrándose al mango de la escoba, mientras yo continúo mi camino, compenetrada de su pena.

Ya casi llego a casa. ¿Quién me manda no hacer callo a mis casi sesenta septiembres? El próximo año practicaré la indiferencia, de ese modo todo será más fácil, me digo, sabiendo que no lo lograré nunca.

Mientras tanto, me acerco al Niño Jesús de mi pesebre, y después de trescientos sesenta y cuatro días de silencio, intento mi primera y última plegaria del año 2007.

Cati Cobas

4 comentarios:

Lola Bertrand dijo...

No sé como lo haces Cati , pero mientras te leo me evado de la realidad y... los ojos se me humedecen.
Bella estampa y calurosa también, ya me comentó mi hijo Guille el tremendo calor que hace también en Mendoza.
Un abrazo desde este mar y temperaturas mucho mas benignas.
Lola

Virginia dijo...

Bueno, desde luego se me hacen raro tantos grados en Navidad, y luego el relato mantiene el calor y se llena de humanidad, yo creo que es ella la que nos mantiene y permite continuar la marcha. ¡Feliz Año! y un fuerte abrazo Cati para tí y los tuyos.
Virginia

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Por favor, pregunta qué grados habrá para el 9 de febrero.
Ayyyyyyyyyyyyyyy, qué emoción.

RosaMaría dijo...

Qué bonito relato Cati! Me parece estar recorriendo el Parque (años 60 en adelante)Llego a vos desde la página de Miriam y me encuentro con este entrañable post. Un abrazo y feliz año