miércoles, diciembre 12, 2007

155-¡Hay que armar el arbolito!

Hoy es 8 de diciembre, “El Día de la Virgen”, nena…”, dice mi suegra, a primera hora de la mañana. Ya ese “nena” suena un tanto inadecuado a mis oídos o estoy sumamente susceptible con esto de la edad.

Sepan, los lectores foráneos, que en Argentina, la tradición es armar el árbol de Navidad y el pesebre el 8 de diciembre y retirarlo el 6 de enero, como homenaje a la Virgen y, también, como una especie de llamada a la ventura familiar.

…Ya sé que es “El Día de la Virgen”, Doña Juana, pienso. Y el quincuagésimo aniversario de mi Primera Comunión. Me pregunto cómo pueden haber pasado cincuenta años desde ese día. Si parece que fue ayer cuando me subían, para probarme el traje, a una mesa de corte, en el taller de costura donde mamá hacía las veces de Cocó Chanel del subdesarrollo, luciéndose con plisados y florcitas de organza, como si no hubiera hecho otra cosa en este mundo.
Realmente es indignante esto de que los aniversarios se cuenten por varias decenas. Me tiene fastidiada. El tiempo debería ser eterno. Hay tanto para vivir todavía, que no me gusta nada estar rindiendo las últimas asignaturas para graduarme como sexagenaria. Pero no hay nada que hacerle: ya hace cuarenta años del momento en que me recibí de maestra; treinta, del día de mi boda y, como dije antes, cincuenta, desde mi Comunión.
Pienso en esta realidad impía, mientras desempolvo los adornos que colgaré en el árbol, así como el pesebre, que me acompaña desde que mis hijos eran chicos. Mi mallorquina austeridad no me permite desechar lo que todavía está en buen uso, por lo que voy colocando, lentamente, las rojas manzanas, los bastones de caramelo, a rayas blancas y rojas “made in China”, las campanitas doradas, cuando, de pronto, una voz me dice… ¡basta!

Pensando que me he vuelto más trastornada de lo habitual, observo al ángel, también dorado, que todavía permanece en una caja, y me pregunto si no habrá sido él quien ha querido realizar una advertencia. Pero continúa mudo de toda mudicia. Ningún serafín es el responsable de tamaña y contundente orden, sino la voz de mi interior que, en un impulso incontrolable, me insta a realizar un cambio, una modificación en el tema de la decoración arbórea. Nuestra vida familiar se ha tornado excesivamente rutinaria en este último tiempo. ¿Por qué no comenzar con el arbolito? Tal vez suceda con los árboles y el lugar donde moran, algo semejante a lo que experimento siempre que estoy “de la nuca” o “del tomate” (ahora ya podemos estar de nuevo “del tomate” porque el precio bajó un tanto desde las últimas locuras invernales).
Porque lo que es a mí, cuando mi cerebro anda galgueando, no hay nada mejor que una buena visita al peluquero. “Estoy persuadida” (perdón los detractores de un ex presidente nuestro dado a reclamar por “un médico, a la derecha”); estoy persuadida, repito, de que los productos químicos de la tintura obran milagros en el cerebro de las mujeres así como en sus aledaños.

Vuelvo a colocar los adornos en sus cajas, y parto, rauda, a una de las tiendas del centro de la ciudad, con la intención de renovar la decoración navideña en nuestra casa. Ahí me lamento de no haber sido una previsora artesana, como toda la vida. Si esto del cambio se me hubiera ocurrido con tiempo, no estaría yo haciendo malabares entre los adornos, para encontrar algo bonito sin tener necesidad de celebrar las Fiestas a puro fideo con manteca.

Finalmente, encuentro el equilibrio, y regreso, cargada con las cosas nuevas y un pequeño pesebre ingenuo, para reemplazar al otro. Los chicos estarán contentos con el cambio, pienso…

Cuelgo, ato, limpio, enciendo y, feliz, me siento a contemplar el resultado, cuando mamá pasa, y observando el azul y plata que ostenta nuestro pino, frunce un tanto la nariz, aunque, como es más diplomática que cualquier embajador, se apresura a desfruncir su apéndice nasal para que yo no me ofenda.
A continuación, es Berna, quien me dice: “y, sí, señora…le quedó lindo el arbolito…pero el otro…el otro…”. A buen entendedor…
Llegado el turno de Fernando, declara que a él le gustaba más el de siempre, que éste es demasiado snob para su onda afecta al rock and roll, pero que, seguro, a su hermana le encantará, por lo que aguardo, esperanzada, el veredicto de Mercedes, quien simpatiza un tanto con los adornos nuevos, pero objeta el empleo del azul, por considerarlo demasiado frío.

Lo que importa es el espíritu, me digo, y trato de animarme cuando llega la gata, y husmea el nuevo pesebre, con un aire de fastidio. Tengo la sensación de que ella también prefería la fidelidad a las tradiciones o, tal vez, tiene miedo de que la cambiemos por un felino nuevo.

Mi marido, que ya sabe de qué modo debe operar en estos casos, es el único en declarar como inobjetable el azul y plata combinados y como muy buena, la idea de la renovación, pero dada su experiencia vital con respecto a mi persona, no puedo tomar por cierto todo lo que diga, como se imaginarán.

Por eso, he decidido que cuando el próximo 8 de diciembre, mi madre política me conmine a armar el arbolito, si Dios quiere, yo estaré con su hijo, en las Bahamas, degustando algún trago de esos que salen en la revista Caras, mientras contemplamos el ondular de las palmeras y sin pensar en cambios decorativos que, a la postre, no conducen más que a complicarnos la ya demasiado complicada vida cotidiana.

De cualquier modo…

¡Felices Fiestas, amigos!

Cati Cobas

4 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

¡Qué delicia, amiga! Echaba de menos mi paseo al amanecer por tus letras. Las fotos estupendas.
Un besin

Lola Bertrand dijo...

Pues sí, nos pasan a muchas esas cosas, Cati, un placer volver a leerte.
Abrazos de mar.
Lola

Lola Bertrand dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Hola Cati, entré un rato por tu blog. Me encantó esta crónica, es increíble la capacidad de ironizar sobre vos misma que tenés. Tiene un excelente humor sutil.
Un beso
Miri