jueves, mayo 10, 2007

125- "Canillitas"



"Soy Canillita,
gran personaje,
con poca guita
y muy mal traje;
sigo travieso,
desfachatado,
chusco y travieso,
gran descarado;
soy embustero,
soy vivaracho,
y aunque cuentero
no mal muchacho.”
Florencio Sánchez
Parque Patricios, un barrio al Sur de mi ciudad que alberga en su corazón la plaza homónima, representa para mí lo mismo que para muchos de mis convecinos el Barrio Norte: mi área de “recauchutaje”.
Es que en el Norte de la Ciudad de Buenos Aires están la mayoría de los consultorios médicos y odontológicos; tal vez porque es la zona donde se supone que los habitantes tienen mayor poder adquisitivo, la mayoría de los profesionales procura tener ahí su consultorio, y así lograr un nivel de pacientes más rentable. Pero algunos tratan de jugar a dos puntas, como mi amado “Germancito”, el dentista que protagonizara mi crónica “Agujeros Negros”, que se ha dado el lujo de abrir en Recoleta un súper moderno instituto odontológico dedicado a los turistas pero conserva, en la casa materna, el viejo consultorio que oportunamente yo le construyera.

Como sucede, también, que mi grupo ALCO de autoayuda para adelgazar, donde lidié –y lidio aún- con la dura tarea de mantenerme medianamente en línea, se encuentra por esos pagos de Discepolín (el autor de Yira Yira y Cambalache) y de Germán Berdiales (el poeta), suelo transitar muy frecuentemente las calles de lo que supo ser zona de corrales y mataderos y guarda, todavía, el aire de arrabal impregnado en los adoquines que perduran en muchas de sus calles y en alguna que otra Santa Rita (buganvilla) que asoma, impertinente, por sobre la tapia de algún cerco de ladrillo despintado.

Confesa amante inveterada de cuanto café se me ponga por delante, empleando la frase “cualquier excusa es buena”, aproveché las bajas temperaturas y la neblina de una mañana de mayo por la zona para ir por un “cortado” calentito.

El bar de Caseros y Rioja estaba desierto cuando me senté frente a la ventana que mira al Parque. Las tipas parecían más negras y más verdes en la mañana fría. Una niebla espesa flotaba sobre el césped mortecino y un aire de ayer envolvía todo. (No sé si se fijaron que cuando hace frío los bares desolados son más desolados todavía y el café amargo parece más amargo, si eso fuese posible).

El hombre, en el que descubrí a Raimundo, un compañero de luchas “antigrasa”, dejó solo el puesto de diarios justo enfrente de mi atalaya y entró corriendo  con la intención de abrigar un poco el estómago con un cortadito que le pidió al “gallego” que nos miraba, curioso, detrás del estaño, medio tapado por las jarras de cerveza que colgaban de ganchitos simétricamente colocados sobre el mostrador y deformaban, a través de las revueltas del vidrio, su cara rubicunda.

Se supone que una “señora” no se sienta a beber café en un bar “de los de antes”, donde van los hombres viejos a desandar las mañanas alejándose de las “patronas” que los tienen a maltraer desde que se jubilaron; pero “El Globito”, bar vecino al que me albergaba, no me gusta desde el nombre, porque refiere a Huracán, club archi contrario de mi querido San Lorenzo, de modo que no iba a estar haciendo traiciones cafeteras, se imaginan.
Quizás por eso, Raimundo me miró con un guiño cómplice, y como me conoce desde ese grupo que solíamos compartir, tomó el pocillo blanco y grueso para apoyarlo en la mesa desvencijada que sostenía mi cortado propio, tan negro y fuerte como el de él, sentándose frente a mí sin pedir permiso.

“¿Eras “canillita”?”, le pregunté a boca de jarro.
Un “¿Por?” desconcertado fue la respuesta.
Es que en los grupos uno no cuenta demasiado sus oficios, y yo desconocía el de este “amigo” que sorbía pausadamente el cafecito.
“Te imaginaba empleado público”, le espeté. A lo cual respondió: “En realidad, lo soy. ¿Qué más “público” que vender diarios?”
Tenía razón. Bien mirado, pocos servicios hay más importantes que el que brinda el diariero -sobre todo cuando no existían otros medios de información- pienso, pero me guardo de decirlo por no ofender a mi interlocutor. Un orgullo genuino asoma en esa cara gastada por los madrugones de toda una vida: “Hace casi cuarenta años que estoy en esta “parada”, ¿sabés? Y es un honor para mí ser un “canilla”. Por más que ahora a los “garcas” (lunfardo, por oligarcas) les dé por la pantallita de Internet, el olor a tinta es otra cosa, vieja.

¿Sabés por qué nos llaman “canillitas”? Porque Florencio Sánchez, el autor de teatro uruguayo que escribió “M´hijo, el dotor”, le puso de sobrenombre “Canillita” al personaje de otra obra de las muchas que escribió a comienzos del Siglo XX. Y lo hizo tratando de describir las piernas muy, muy delgaditas del protagonista cuyo hueso largo de la pierna se denomina, vulgarmente, así.
¡Florencio Sánchez!… Si habremos participado en sus creaciones cuando hacíamos teatro en el Normal, me digo.

Otra vez el poder de la palabra… ¡Qué maravilla que un sobrenombre surgido de un autor perdure en el nombre de un oficio durante más de cien años en la memoria de los rioplatenses! El “charrúa” debe reposar muy orondo allá por Italia donde quedaron sus huesos, con toda seguridad.

“Aunque yo, para ser sincero, de “canillita” lo único que tengo es el trabajo, porque por más ALCO al que vaya sigo tan gordo como siempre”, acotó Raimundo.
“Nunca pierdas la esperanza: tal vez el espíritu de tu colega teatral uno de estos días te posee, y te ponés más flaco que Discépolo, viejo”, respondí…

…Me pareció que la niebla del Parque Patricios amainaba y la estatua de Ringo Bonavena* sonreía.




Cati Cobas




Florencio Sánchez es considerado uno de los mejores dramaturgos de América.

Nació en Montevideo (República Oriental del Uruguay) el 17 de enero de 1875.
En homenaje al escritor, en la fecha de su muerte, 7 de noviembre de 1947, se conmemora el "Día del Canillita", el vendedor de diarios, en el Río de la Plata.

Entre sus obras, se pueden citar:

M`hijo el dotor - 1903
La Gringa - 1904
En Familia - 1905
Los Muertos - 1905
Barranca Abajo - 1905
Los Derechos de la Salud - 1907
Nuestros Hijos - 1907
Moneda Falsa - 1907
Canillita
Un Buen Negocio - 1909
El Desalojo
El Pasado
La Gente Honesta
La Pobre Gente
La Tigra
Los Curdas
Marta Gruni

* Oscar “Ringo” Bonavena: Boxeador argentino nacido en el barrio.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué lindo te ha quedado... Ya me enseñarás cómo se pone más de una foto en un texto.
Con estás presentaciones que haces, con ese escribir que vos tenés, ¿cómo no se van a fijar en estas caticrónicas que son la crónica de una época?
un besote
Ángeles

Lola Bertrand dijo...

Siempre que te leo aprendo algo Cati, y llego a la conclusión de que me paseo por Buenos Aires de la mano de tus letras... Todo parece ser una "gran canción" o "gran tango" mejor...
En fin desde Asturias y beso de lola

Emma dijo...

Ya me anduve por aquí Cati, como siempre tus crónicas son estupendas, amenas e interesantes. Leyéndote, se aprende a conocer a tu tierra y a amarla un poquito desde la distancia.
Besos desde Asturias
Emma

Anónimo dijo...

buena señal nacer en montevideo
un abrazo,
amor