miércoles, agosto 23, 2006

99-La magia de Cecilia (Caticrónica con final feliz)




En abril del año pasado les contaba, en una de mis crónicas, la historia de “la China”.

Con profunda pena, narraba que Li, dueña de un supermercado pequeño en la esquina de casa, un tanto decepcionada por haber traído al mundo una mujer en vez del ansiado varón, había decidido dejar a su primera hija en China, con los abuelos, y que la veíamos sufrir por el trato duro que le infligía Daniel, su esposo, así como, seguramente, por extrañar a su beba. Agregué en esa oportunidad que tenían una nueva hija cuyo nombre era Cecilia.

Cecilia no ha sido enviada a China. Li y Daniel la están criando en el supermercado. Y la vemos corretear detrás de los ayudantes del comercio, que, cabe agregar, son, al igual que la panadería de mi barrio, otra muestra de confraternidad latinoamericana. Gordita, cabello hirsuto cortado horizontal, con unos pocos pelitos que enmarcan los ojos rasgados formando un simpático flequillo, ostenta una sonrisa de dientes pequeñitos que hace las delicias de todos los parroquianos. Una simpática, dulce y entrañable sonrisa que nos hace derretir cuando, a su compás, la chinita arquea las mejillas y los ojitos se convierten en dos paréntesis horizontales. Es que la niña trae un don. Una magia. La de convertir la dureza de su papá, en simpatía. La mirada triste de su mamá, en alegría, mientras la corre con el tazón de sopa entre las góndolas. Cecilia tiene ya casi dos años, y se ha negado con terquedad a concurrir al jardín de niños. Se está criando entre cajas, clientes y proveedores.
Ella nos saluda con un “buen día siñola”, y se extiende un puente entre la cultura milenaria, a la que por herencia pertenece, y nuestra forma de querer a los chicos con besos y abrazos, chupetines y mimos. Creo que el día en que la niña vaya a la escuela, ese supermercado perderá algunos de sus clientes, porque esta muchachita es, sin duda, un valor agregado al comercio.
Los argentinos somos querendones y “abraceros”, y la hemos adoptado con verdadera felicidad. Una viejita le lleva un ponchito tejido por ella, otra, un “chiche” por el Día del Niño. Hay quien la levanta en sus brazos, para jugar, como parte de su rutina de compras y quien, como yo, la sienta en el “changuito” (carrito, para españoles) y la lleva “de turista” por el súper regodeándose con las carcajadas que acompañan la excursión y los cambios de velocidad impresos al vehículo.
Sus papás comienzan a acriollarse, a ver la vida con otra mirada y a considerar a esa niña como una bendición. Finalmente, nos anuncian de modo muy formal, casi solemne, que Li irá a su tierra por la hija que dejaron allí hace unos años.
Cuando regrese, con sus dos muchachitas de la mano, habrá fiesta en mi barrio, no tengo la menor duda.

Aquí, a la mujer del gaucho se le dice “la china”, aludiendo, en forma burda, a los ojos rasgados de la mujer mestiza. Estoy segura de que estas chinitas legítimas, criadas en Parque Chacabuco se convertirán, con el tiempo, en dos hermosas “gauchitas” para orgullo barrial.

Cati Cobas

1 comentario:

Anónimo dijo...

hiya


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