martes, diciembre 13, 2005

77-El conventillo argentino-Los secretos de su éxito

Sensibilidades 2004



Un poco de historia

Según José Gobello, en el Diccionario Lunfardo, el conventillo es "un lugar o casa de la vecindad de aspecto pobre y con muchas habitaciones, en cada una de las cuales viven uno o varios individuos".

Decía “La Tota Martínez” -denominación irreverente de mi profesora de Historia en el Normal- : “los españoles descienden, según la región, de los celtas, los íberos y los vascos; los habitantes de Escandinavia de los vikingos y una gran parte de los argentinos, de los barcos”.

Entre los argentinos que descendieron de los barcos está la categoría “paté de foie con trufas” (hijos y nietos de los próceres, primeros pobladores y terratenientes) que constituye “la flor y nata” de la sociedad. Ya he dicho, en otras ocasiones, que más nata que flor, porque muchas de las fortunas que supieron tener se basaron en las vaquitas que se multiplicaban, generosas, al estímulo de nuestro extenso suelo y benigno clima pampeanos. Esos argentinos supieron habitar amplias casas coloniales con patios enormes rodeados de habitaciones al estilo romano en la zona de San Telmo, y luego de la fiebre amarilla y de la abundancia de fines del siglo XIX se mudaron a sus “petit hotel” afrancesados en el norte de la ciudad.

La categoría “jamón del medio” también desciende de los barcos, pero tuvo, en general, en sus orígenes argentos, alguna etapa de permanencia en los tan mentados conventillos (que no eran otra cosa, en muchos casos, que las amplias casas al estilo romano que la clase "Paté de foie" había abandonado en un intento de escapar a la muerte durante la Peste).

Cuando a fines del siglo XIX y comienzos del XX los inmigrantes europeos ponían un pie en este bendito suelo lo hacían muchas veces sin contar con un sitio donde recostar su cabeza. Y, apenas conseguían un trabajo, salían del Hotel de Inmigrantes (hostil edificio convertido ahora en Museo) e iban a dar con sus magullados huesos “a la pieza de un convento sin revoque en las paredes”, alumbrados, si había suerte, por “el farolito a kerosén” o por una vela de sebo si no la había. Tan así era, que los más desgraciados, que no podían siquiera pagar una pieza, pagaban por dormir colgados de una soga -la “maroma”-que los sujetaba por debajo de los brazos (para que no los atacaran ratas y cucarachas). Pienso para mis adentros: “menos mal que Freud no había hecho estragos todavía, porque no hubiera habido psicólogo o siquiatra que solucionara los traumas de los maromadurmientes”.

Hubo conventillos construidos por fábricas con el fin de alojar a sus obreros (El de la Paloma, en Villa Crespo, por ejemplo, que supo tener más de cien habitaciones). Pero esos conventillos más grandes, (como el de La paloma o Las catorce provincias) fueron dejando paso a las “Casas de renta” o “Inquilinatos”, una versión en menor escala de los primeros enormes conventillos, ya que vivían en ellas unas diez familias, a lo sumo. Digamos, de paso, que a los descendientes de aquellos pobladores nos resulta un poco más "chic" reconocer que nuestros abuelos vivieron en una “casa de renta” que en un conventillo (no olvidemos que los nietos de aquellos, por obra y gracia de una educación integradora y generosa, nos convertimos en una enorme población de profesionales, comerciantes y gente trabajadora que hasta hace pocos años movía- y todavía lo hace, aunque con mucho sufrimiento-, la economía de este país).

No hay un argentino de clase media que no tenga en sus historias familiares alguna estadía en una de aquellas casas.
“Tanos” y “gallegos”, polacos y turcos, judíos y criollos convivían en esas pajareras con mínimos baños y cocinas compartidos.

Pero esos edificios contaban con varias ventajas que otorgaban una cierta comodidad a sus habitantes y contrarrestaban los fastidios de una vida en común, quedando para siempre, en la memoria de los jamón del medio argentinos, como una etapa muy especial en la vida de sus ancestros.

A saber:


En el orden edilicio:


El patio


Esos patios enormes y soleados que se llenaban de parras, glicinas, madreselvas, malvones y geranios proveían ventilación a las habitaciones, solaz a la mirada con su espesura vegetal, fresco en verano bajo la parra y solcito tibio en los inviernos bajo los despojados sarmientos. Brindaban, también, a los habitantes de los conventos, un espacio común para el juego de los chicos, los comadreos de las mujeres y los contactos “globalizadores”, ya que en eso también los argentinos (por algo nos tachan de arrogantes y presumidos) hemos sido precursores. ¿Qué más “globalizado” que el patio de un "convento"? Allí se cubrían, además, necesidades culturales inherentes a todos los seres humanos, ya que en esos patios se armaban bailongos tangueros y milongueros con cualquier excusa: el casorio del turco de la siete con la tana de la sala, por ejemplo, o el conchabo(4) del Luisito el tucumano en la Chade (empresa de electricidad que pagaba muy, pero muy bien), o el “porque sí”, porque tenemos ganas de mover las tabas(5).

En el equipamiento:

El piletón, el ropero y el calentador a kerosén

El piletón era un remedo de las fuentes de los pueblos de España donde iban a lavar la ropa las mujeres. Servía para que las comadres compartieran sus duelos y alegrías y se ensañaran en causas conjuntas a favor o en contra de alguna o algún integrante del conventillo. También para “pispear”(6) a la rubia de la tres, que nunca lavaba la ropa con ellas (vaya a saber de dónde sacaba la rubia para el lavadero). Conste que “las rubias” fueron siempre sospechosas, hasta en los conventillos, y en Argentina, más, ya que, aún hoy, una vez que llega el justificativo de las primeras canas, recurrimos, alegres, al agua oxigenada para conocer la emoción de sentirse una blonda bomba “sexy”.

En cuanto al calentador a kerosén, embutido en el “ropero”, junto a “la guitarra que todo el día está colgada”, hacía las veces de “kitchenette” para completar, con huevos fritos o panceta crujiente, los pucheros cocinados en los fogones a carbón de la cocina compartida. Colocado sobre la mesa, el calentador cumplía el rol de estufa por un ratito, para aventar los sabañones que por ese entonces estaban a la orden del día.

Orden legal y atención sanitaria y sicológica:

Los conventillos, grandes o pequeños, supieron contar con una Institución que impartía orden a ultranza: “La Encargada” -muchas veces una oriunda de Lugo, Orense o Pontevedra-, designada por los propietarios, se erigía en indiscutible jueza de contubernios y dificultades entre los inquilinos, matrona improvisada de partos anticipados, fiscal o defensora en reyertas matrimoniales y enemiga de cuanta sabandija animal o humana pululara por desagües y techumbres.

La encargada recibía escarnios varios, epítetos inimaginables y que no reproduciré por estar destinado este escrito a ser leído por gente oriunda de la Madre Patria o por coterráneos de la tierra de Rosalía de Castro más precisamente, pero, a la vez, se recurría a ella para curar el empacho, mal de ojo de niños y grandes, y para ser “contenido” por dos fuertes y cálidos brazos en casos de desamores o morriñas varias. En general se trataba de robustas y sabias mujeres de buen natural, con la suficiente energía para ejercer su cargo, si bien, en algunos casos, podía acusárselas de “abuso de autoridad” (se sabe que una gallega cabrera no es “s”util precisamente, pero que quitando la ese y agregando un acento a la letra “u” diremos de ella una verdad de a puño).

Trifulcas, riñas y cuchilladas.

“Yo nací en un conventillo
de la calle Olavarría,
de la calle Olavarría
y me acunó la armonía
de un concierto de cuchillos.
Viejos patios de ladrillos
donde quedaron grabadas
sensacionales payadas(1)
y al final del contrapunto
amasijaban(2) un punto(3)
pa' amenizar la velada.”

De “El conventillo”, cantado por Edmundo Rivero
…………………………………………………………………………………….

No se crea que todo era armonía y paz, tangos y felicidad en los conventillos. En ellos, como en cualquier sociedad que se precie, habitaban también “tauras “y malevos”, gente de avería, matones al servicio del comité, y grelas y paicas de la más variada estofa que ponían su cuota de marginalidad a las diamelas olorosas y las aljabas relucientes. Claro que eran bastante seguidos de cerca por la encargada quien contaba, en muchos casos, con el aporte del “cana” de la cuadra, el “botón”, bah, el representante del orden constituido: El señor policía, que, por ese entonces, no era considerado el primer coimero, como ahora en muchos casos.

En cuanto a las trifulcas entre familias o personas por alguna desubicación momentanea en las actitudes o por la lucha entre dos mujeres por el galán de turno, se recurría a los servicios de la Encargada, que, en general, lograba reestablecer las buenas costumbres.

El Bienestar Social

En este gran invento argentino el tema de la ayuda social quedaba en el sentido común y la hombría de bien de sus habitantes. Podría una criolla haber discutido con la polaca por un calzón volado de la soga, pero si la misma polaca le iba a contar a su contrincante que su pibe estaba con fiebre se olvidaban rencores y ahí estaban las dos con los pañitos remojándose en el mentado piletón.
Y para llegar a fin de mes, se hacían "vaquitas" , o sea, que cada uno contribuía con lo que podía para cocinar un puchero compartido que sabía a gloria.

La pócima secreta

Los conventillos contaban con una ventaja extra, un aliado inigualable: el mate. Ese brebaje, que es aceptado por casi todas las clases sociales (la paté de foie lo considera símbolo de su trascendencia telúrica y ganadera), servía de medio de comunicación, reparador de espíritus acongojados, arca de alianza, prenda de cariño. Hay un lenguaje del mate: frío, desprecio; caliente, pasión; con naranja, quiero verte. “La patrona” le cebaba un mate amoroso en la puerta de la pieza a su hombre y él, turco o tano, se iba al laburo sintiéndose el Cid o Diego Laínez, cargado de energía querendona. Después de una trifulca, dos vecinas se decían: “¿Querés un mate?” y asunto terminado. Por lo tanto, debe advertirse la importancia de este recurso en el momento de perseguir la buena convivencia y el orden social en los conventillos.

El gran secreto del los conventillos:

Esos hombres del conventillo eran analfabetos y pobres, pero sabían lo que querían y contaban con una escala de valores, valores que se han ido transformando en la medida en que la sociedad se ha ido volviendo partidaria del “sálvese quien pueda” o del "primero yo".

Por todo lo antedicho, creo que en caso de querer la Señora Ministra de España hacer uso de este gran creación argentina debe, para obtener éxito en su empresa, hacer uso de los recursos que hicieron de los conventillos un sitio entrañable y de enorme influencia en nuestra sociedad, con todas sus falencias y dificultades, errores y aciertos.

Y pensándolo bien, si los argentinos volviéramos a la filosofía conventual y dejáramos de hacer "conventillo" en la peor acepción de la palabra, tal vez, recuperaríamos una vida mejor.


Glosario:

1) Payada: Intercambio improvisado de poemas octosílabos entre los guitarreros
2) Amasijaban: Mataban
3) Punto: Víctima masculina
4) Conchabo: Trabajo
5) Tabas: Pies
6) Pispear: Espiar

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola. La verdad es q nose d dond eres.Yo soy argentina. Me gusto mucho tu escrito, estoy realizando una investigacion sobre el tema y la verdad es que lo que has escrito aceraca de los conventillos me llamo mucho la atencion porque desarrollas el tema de una manera distinta a como lo he encontrado en otras paginas de la web.
Saludos.Belen.

CATI COBAS dijo...

Muchas gracias, Belén. soy argentina. me alegra enormemente tu comentario. Cati Cobas