martes, diciembre 13, 2005

44-¡Arde el verano!-Caticrónicas marplatenses




Ficticia-21 de Enero de 2004

¿Arde el verano?
La foto nueva del Torreón se la he tomado prestada a Pasqualino Marchese www.pasqualinonet.com.ar (gracias, desde ya9



Sentada a la mesa de mi confitería favorita en la calle San Martín de Mar del Plata espío la pantalla del televisor en la que puedo leer: “Crónica, el canal de las noticias ¡Arde el verano en La feliz”!
La verdad, la que arde soy yo de indignación. Me pregunto si quien eso escribe estará en sus cabales, porque ésta es, sin duda una ciudad para ser feliz, pero de ahí a que el verano arda con dieciséis grados de temperatura en pleno enero hay un trecho larguísimo.El verano se niega a desembarcar por estos pagos y desde que llegamos hemos tenido cero días de playa. Tal vez, con suerte, mañana sea uno de ellos. Hoy deberemos conformarnos con esta humanidad que recorre la peatonal San Martín hacia arriba y hacia abajo en una especie de rito que conoce hitos diferentes según el tramo en que nos hallemos.Las dos primeras cuadras contando desde el mar son las más populares, habitadas por concurrentes a los hoteles sindicales ofrecen ropa y calzado muy económicos y de dudosa estirpe. A medida que subimos hacia la plaza de la Catedral los comercios ascienden en calidad y precios y los clientes lucen clase media, medio medio a saber: señoras mayores con chinelas doradas y blusas de flores y señores con remeras de piqué envolviendo sus obesidades, jóvenes que se ponen de acuerdo para ir a bailar a la noche y “croupiers” del bingo cercano, que salen a tomar café, bajo las sombrillas de las mesas que pueblan la calle y ponen una nota de color mientras entorpecen el paso de los peatones en la llamada, paradójicamente, peatonal.
La plaza frente a la Catedral es una especie de aquelarre: Bob Esponja y las Chicas Superpoderosas pelean alrededor de la fuente con el Hombre Araña y hasta con un perro San Bernardo por acompañar gurrumines en una foto recordativa de la visita a la ciudad mientras media docena de estatuas de carne y hueso disputan el cetro de emperadores de las Bellas Artes con otros tantos dibujantes de retratos a pastel o paisajistas de aerosol. Estas imágenes, pienso, no han variado demasiado desde mi adolescencia. Las miradas de los que forman esa fauna urbana de bohemios trashumantes con un no sé qué casi patético me dejan el mismo sabor agridulce que tenían hace muchos años. Sin duda, no es lo que más me gusta de Mar del Plata.

Desventuras playeras


Por fin salió el sol y hace calor. La playa Varesse, que renovó una zona de la costa antes conocida como Playa de los Ingleses, está en su apogeo. Desparramada en la arena procuro no pensar en nada mientras me dejo acunar por la combinación playera de voces y sonidos: el mar se mezcla con el heladero, el barquillero y su triángulo, el pif paf de las paletas, y el pregón que repite año tras año…”caafé, calentito el caafé”. Tal vez sería mejor para mi descanso estar en alguna playa solitaria y absolutamente silenciosa, pero me digo, tratando de conformarme, las mismas palabras que se atribuyen al hispano príncipe, refiriéndose a su futura esposa…”esto es lo que hay”…así que disfrutálo.
Una voz se suma al coro. Es Fernando que informa su intención de bañarse en el mar. Si esa actividad, la del baño me refiero, le fuera igual de cara en Buenos Aires, viviría yo mucho más relajada, pero se ve que a los preadolescentes les sienta sólo el agua salada, así que lo dejo partir con la consigna de no alejarse demasiado de la orilla. Siempre supe que parte del crecimiento de las personas se produce precisamente al desobedecer consignas, pero mi hijo se empeña en crecer siguiendo ese método en forma excluyente. Espero sin resultado el regreso del bañista. Madre previsora, mi muchacho este año luce un bermuda flamígero, que debería permitirme divisarlo desde la costa, pero no lo veo por ningún lado en la zona que suele frecuentar. No lo pienso dos veces y envolviéndome con arrojo el cuello con mi pareo turquesa, coronada mi testa con sombrero de paja y portando mis consabidos anteojos sin los cuales no encontraría ni a Moby Dick en una pileta de natación, me introduzco, para congelamiento de mis humanidades, en las aguas procelosas. Del muchacho, ni noticias, pero la ola que me revuelca dejándome hechura de barrilete es digna de un tifón en el Triángulo de las Bermudas. Francamente, los que a mi alrededor se encuentran son sumamente solidarios, porque luego de ayudarme a recuperar el equilibrio, se suman a la búsqueda de mi vástago y finalmente el dueño del pantalón de baño multicolor es encontrado.No lo reconvengo, porque considero que salir del mar acompañando a su propia madre con el pareo como bufanda chorreando agua, el sombrero de paja adornado con algas gelatinosas y los anteojos puestos es suficiente castigo por internarse peligrosamente en el Océano Atlántico.


La otra Mar del Plata


Cerca de mi pajarera veraniega se encuentra la calle Güemes. Si la peatonal San Martín es, por lo menos para los turistas, sinónimo de la cara popular de la ciudad, la calle Güemes lo es del “charme” y la elegancia. En cuatro o cinco cuadras se reúne lo mejor de ropa y calzado que puede encontrarse en el país. Uno no puede creer que a pocas cuadras de este lugar con señoras paquetas y hombres refinados que se tuestan en “Playa Grande” o en los paradores allende Punta Mogotes se encuentre la sindical humanidad de la peatonal, acostumbrada a los rigores del sol en “La Popular”. Sin embargo, aquí también encuentro uno de esos seres que pueblan las ciudades del mundo con su arte melancólico. Un imitador de Gardel desgrana, chambergo requintado, melodías de arrabal dignas de cualquier tanguería y lo hace “a capella”, con la aprobación de la flor y nata de la concurrencia a esta zona tan refinada. Tengo la sensación de que la crisis ha traído una revalorización de lo nuestro como no se consiguió en tiempos diferentes.Pienso para mí que en La Perla del Atlántico todo convive con armonía: el perfume francés y la colonia barata, los trajes de lino y las ojotas de goma y todos, pero todos, disfrutamos a nuestro personal modo de la belleza de un lugar que combina mar, sierras y bellísimas construcciones de distintos tiempos, aunadas por el uso de la piedra homónima de la ciudad. Amo esa piedra del color de la arena, combinada con techos de teja y pizarra que embellece por igual rascacielos y “chalets” y hace de Mar del Plata un lugar con personalidad propia, diferente. Amo el azul diáfano de su cielo, sus verdes y floridos jardines, sus contrastes.
Y amo, sobre todo, la libertad de estos días de verano que espero renueven mis energías para el camino que me espera.


Más fotos en http://mardelplata.8k.com/ Con fotos a 360º

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cati,tendrias que renovar la foto del torreon,ahora tiene un puente en la parte superior, que se comunica con la calle de arriba.Los autos pasan por abajo.Y viniendo desde el lado del casino,desde el torreon,hasta la playa verece,una de las calles se anulo,ahora en su lugar hay artesanos.Y en la playa varece,que ahora tiene mucha arena,hicieron un complejo en la arena espetacular.
Te lo comento,por si no habias venido por aca,hace mucho.
Saluda coridialmente raul

CATI COBAS dijo...

Ya mismo pongo manos a la obra, Raúl. Gracias por leerme y ayudarme...Cati