jueves, enero 31, 2008

159-En negro y amarillo

Mi generación está marcada por Rolando Rivas, no puedo negarlo. Para los que no saben quién es ese señor les explico que es el taxista más famoso que existiera en Buenos Aires. La matrícula se la otorgó el escritor Alberto Migré, autor de la novela que inmortalizó ese nombre y apellido como sinónimos de una profesión (“Rolando Rivas, taxista”).
La ciudad se paralizaba los martes por la noche en aquel 1972 mientras vivíamos pendientes del romance del cálido y humilde Rolando -corporizado en el actor Claudio García Satur- con la jovencísima “niña bien” Mónica Helguera Paz -Soledad Silveira-. Muchas éramos las prendadas de la voz varonil, la mirada tierna y la cabellera rebelde y ondulada del galán al frente del volante del “amarillo y negro”. Porque los taxis de Buenos Aires están pintados de ese modo: cuerpo negro y techo amarillo, como en Barcelona o Santiago de Chile, entre otras grandes ciudades que eligieron esos colores para sus taxis con la excusa de que no suelen verse en los coches particulares en general y además porque el amarillo evita que los rayos del sol penetren en la cabina con la intensidad que lo harían en caso de que el vehículo fuera oscuro.

Dice el “mataburros”: “El taxi es el
automóvil con conductor (taxista) que se utiliza en el servicio público de transporte de pasajeros y que, a diferencia de los otros tipos de transporte público ciudadano, se caracteriza por ofrecer servicio puerta a puerta. La palabra Taxi es una forma abreviada de la palabra "taxímetro", que a su vez deriva del griego τάξις, "tasa" y el griego μέτρον, "medida", si bien algunos pretenden que derive del apellido Tassis, llevado por el Conde de Villamediana que trabajó como Correo Mayor de la Corte en tiempos de Felipe II". Pero en Buenos Aires, un taxi puede ser un claustro universitario, un consultorio médico, un centro cultural o un gabinete de terapéutico. Uno sube a un taxi porteño y casi todos los émulos del famoso Rolando vienen con IVA (con valor agregado). Nuestros taxistas pueden ser expertos en economía, en ópera o en ballet, periodistas o sociólogos pero casi nunca lisos y llanos conductores de vehículos de alquiler.

Por si el lector no me cree, algunos “botoncitos” como muestra:
Hace unos días, sentadas en el asiento trasero de uno de los “amarillos y negros” que pueblan Buenos Aires nos enfrascamos con Mercedes, mi hija, en una charla sobre cine. Mis neuronas no lograban realizar la conexión adecuada para encontrar el nombre de una de las actrices favoritas de Woody Allen, el director norteamericano, cuando el chofer, sin siquiera darse vuelta, nos espetó el nombre de un plumazo: ¡Diane Keaton! De ahí en más el regreso a casa fue acompañado por una filmografía de Allen más que completa, con detalles increíbles, lo que nos dejó a madre e hija absolutamente maravilladas.
Otro día comenzamos charlando con el hombre al volante sobre las noticias de actualidad y terminamos enfrascados en una discusión sobre Bioy Casares digna de la Academia Argentina de Letras.

He hallado taxistas religiosos, que aprovechan para hacer llegar algún “rayo de luz” al atribulado pasajero, expertos en política o deportes y hasta mediadores diplomados, terciando en alguna disputa fraternal sostenida entre mis vástagos en el asiento trasero con mejores resultados que los que yo, su madre, hubiera podido obtener.

También, justo es reconocerlo -y sé que no debo ser la única con razones para eso- he recibido de boca de algún "Rolando" más de un buen consejo médico, legal o ¿por qué no? sentimental, ya que a veces el reducido espacio de un taxímetro evoca el viejo y olvidado confesionario parroquial.

En muchas oportunidades me he preguntado la razón del nivel cultural de nuestros taxistas y creo que se debe en parte a que las crisis que hemos sufrido desde hace años en Argentina han colocado, al frente de los coches, a personas que supieron ocupar otro tipo de puestos de trabajo para los que se prepararon y educaron. Y eso, sumado a una cierta dosis de apertura al desconocido muy característica de esta tierra los convierte en interlocutores de lujo para el pasajero.

Eso sí, a los extranjeros que visitan la ciudad les sugiero, no obstante mi concepto positivo sobre los taxis porteños y sus conductores, no pecar de ingenuos, porque gente deshonesta y pícara se encuentra en todo el mundo y muy especialmente en las estaciones terminales de cualquier índole. Pero sostengo que, en general, son mayoría los decentes y que, si tiene suerte, podrán entablar con estos “Rolando Rivas” 2008 más de una charla amena y enriquecedora.

Cati Cobas

Nota: Buscando material para ilustrar la crónica encontré una orquesta de tango que confirma mi teoría sobre la inportancia de la novela y su relación con los taxis porteños. Link al pie.

http://www.larolandorivas.com/de/index.html

http://www.lanacion.com.ar/archivo/Nota.asp?nota_id=746659

1 comentario:

RosaMaría dijo...

Hola Cati: me enterneció recordar a "nuestro" Rolando Rivas. Aquí estoy leyendo tu crónica más que interesante con Mirian, que como siempre pone su granito de arena, le faltó leer la palabra "tachero", ¿se usa todavía?
Bueno piba nos vamos de tu blog no sin antes decirte que nos pareció precioso. Un beso de ambas.